Rufino Gómez Villar

Contiene:
- Biografia
- Toponimia vasca en la comarca de Belorado (Burgos). Fontes Linguae Vasconum. 2003
- La tercera Redecilla. Un centro de producción rural en el Tirón medieval.
- La Comarca de Belorado: toponimia y antropología.
-
Artículo de prensa: Rufino Gómez Villar analiza la toponimia y mitología de "La Riojilla" burgalesa. La Rioja,17-02-2006
- El alma de la toponimia. Una publicación sobre la comarca de Belorado



     Biografía.


     Rufino Gómez Villar
(Belorado 1952).
     Es catedrático de Física y Química del I.B. La Laboral de Lardero-Logroño.
     Dedicado a divulgar la cultura tradicional de la comarca de Belorado, es autor de los guiones y vídeos: La danza de Belorado (1991) y Belorado: el Hombre y las estaciones (1995).

     Es autor del libro Belorado y su Comarca. Economía, sociedad y vida cotidiana (1700-1813) (Pamiela,2000), y coautor, con Javier Asensio, Jesús Ramos y José Antonio Quijera, del libro La danza riojana, Historia, sociedad y límites geográficos (2001).

 

 

 Foto: Rufino Gómez, en el Ateneo Riojano, en Logroño.


Toponimia vasca en la comarca de Belorado (Burgos)
Fontes Linguae Vasconum. Año XXXV. Nº 92. Enero-Abril 2003.

     A la memoria de mi abuelo Rufino, del valle de San Vicente

     ASPECTOS SOCIO-GEOGRÁFICOS E HISTÓRICOS DE LA  COMARCA

     Belorado (en la foto de Iñaki Gorostidi, la plaza principal) ha sido hasta hace una década la cabeza de uno de los doce partidos judiciales en que, tradicionalmente, ha venido dividiéndose la actual provincia de Burgos. La comarca ocupa la parte centro oriental de la provincia, de la que la separan, por el norte, las colinas y altiplanos conocidos por los naturales de la zona como Las Lomas, el área boscosa de los Montes de Oca por el oeste, y por el sur la imponente sierra de La Demanda, que por este lado da principio al largo tramo del sistema Ibérico que concluye en el Moncayo. Esta línea de elevaciones y montañas señala también la divisoria entre las cuencas hidrográficas del Duero y del Ebro, y concede al marco geográfico de nuestro estudio un carácter unitario con La Rioja Alta, entendida ésta como un área natural, incluso cultural, perfectamente delimitada (1).
     La difícil geografía comarcal induce, a lo largo de la dirección noreste trazada por las aguas del río Tirón, una estructuración del espacio en dos zonas: hacía el sur, bajo el cordal de picos de La Demanda, el territorio es montañoso, húmedo y boscoso, muy apropiado para el sostenimiento de economías de raíz ganadera y forestal. En acusado contraste con este dominio, las suaves colinas y las vegas más abiertas de los ríos de la zona septentrional han favorecido los cultivos cerealísticos y hortícolas y, en el pasado, los viñedos. El eje natural del Tirón y el Camino de Santiago, que recorre la comarca de este a oeste, confluyen en Belorado, población que, en razón de este claro determinismo geográfico, se erigió tempranamente en el principal núcleo de población. Aquí, lugar de encuentro de dos economías complementarias, se construyeron cercas y castillo y se instituyeron las ferias (2) y mercados semanales que polarizaron la vida de la comarca a lo largo de la historia.
     La zona comprendida en el viejo partido judicial de Belorado comparte con La Rioja Alta una articulación histórica difícil que pudo tener principio en la inicial inclusión de estas tierras en el convento jurídico romano de Clunia, a pesar de su pertenencia natural al valle del Ebro. La posterior reforma iniciada por el emperador Constantino las colocó dentro de la jurisdicción de la diócesis tarraconense y sirvió como pretexto, en el siglo X, para que la cancillería de la naciente monarquía navarra las reclamase como propias. Esta naturaleza histórica dual se reflejaría más tarde, por ejemplo, en la existencia de la primera sede episcopal castellana en Oca (Villafranca Montes de Oca) o en la similitud del romance castellano con el habla antigua de La Rioja (3) por una parte y, por otra, en la innegable huella vasco-navarra en la cultura popular medieval de la zona, influencia que incluye una situación de bilingüismo vasco-castellano vigente al menos hasta finales del siglo XIII.
     En la larguísima contienda militar navarro-castellana, librada por el control de este extremo noroccidental de la depresión del Ebro, deben buscarse algunas de las causas de su pujanza económica medieval -en Belorado se creó una aduana que controlaba el tráfico comercial entre La Rioja y Burgos- y la confirmación de una personalidad fronteriza que se ponía de manifiesto incluso en las normativas municipales: todavía en 1470 los vecinos de Belorado estaban obligados a enviar mensajeros a la frontera de Navarra para la guarda y defensa de la Tierra (4). Aún hoy el nombre de un pago rústico del pueblecito de Castidelgado -Castilla- recuerda que, durante el reinado de Alfonso VIII, los límites entre ambos reinos estaban marcados por las aguas del río del lugar, el arrollo Roblillos.
     En la habitual condición de residencia real que tuvo durante el reinado de este último monarca y de su padre, Alfonso VII, debe buscarse también el protagonismo de Belorado en la épica castellana contemporánea o inmediatamente posterior a la derrota navarra. Esa es la razón por la cual el monje de Cardeña, autor anónimo del Poema de Fernán González, centra el momento cumbre de su obra, el que describe la liberación del conde, en la villa:

     Llegaron de venida todos a Belorado
     aquesta villa es al cabo del condado
     un herrero muy bueno demandaron priado
     y el buen conde de hierros fue sacado

o la que originó que en el romance de los esponsales del Cid se incluyeran al pueblo entre las arras reales.

     El rey dio al Cid a Saldaña
     a Valduerna ete Bilforado


     La comarca beliforana osciló entre uno y otro reino hasta que, en 1167, Sancho VI el Sabio de Navarra y Alfonso VIII de Castilla acordaron aceptar el arbitraje del rey de Inglaterra, Enrique II Plantagener, sobre los territorios disputados. La zona quedó definitivamente para Castilla pero es obligado advertir que una de las alegaciones presentadas por los negociadores navarros reclamaba expresa y puntualmente Belorado, la vieja aldea de Foratu (5), que posteriormente se convertiría en sede de una tenencia navarra (6).

     CONSIDERACIONES PRELIMINARES

     Una cuestión básica de la toponimia comarcal es la existencia entre sus colecciones de numerosos elementos lingüísticos vascos. No es ningún enunciado original decir que pegadas a la geografía, designando sus características orográficas, los nombres de los bosques, las fuentes y los ríos, han encontrado refugio muchas palabras desusadas de nuestro idioma castellano, vocablos que de otra forma habrían pasado a formar parte del olvido. Junto a ellas han sobrevivido cientos de vasquismos 7 que, aunque solo fuera por su abrumadora presencia, atestiguan por sí mismos la pasada vigencia de una sociedad bilingüe en la zona. Más aún si no soslayamos el hecho, tan importante a la hora de subrayar la penetración anímica de cualquier lengua, de la existencia de varias voces de etimología vasca referentes a la vida religiosa o a creencias mitológicas.
     En relación con este asunto no han faltado filólogos e historiadores que han atribuido el mensaje plural de la toponimia comarcal a la pervivencia hasta el medievo de una lengua ibérica, protegida de la extinción por las montañas de La Demanda y emparentada, si no coincidente, con el vascuence 8.
     Frente a este planteamiento es preciso anotar que el horizonte cultural que se vislumbra en la etapa de contacto con Roma nos habla de una zona profundamente celtizada, tal como se deja ver en los materiales arqueológicos 9, los textos literarios clásicos 10, el abundante repertorio hidronímico de raigambre indoeuropea 11 o la onomástica del más de medio centenar de estelas funerarias en canto rodado halladas en Belorado 12.
     Estos son los datos objetivos. Basándonos en ellos únicamente se puede constatar que en la región se desarrolló en los siglos cercanos al comienzo de la era cristiana un foco cultural característico del área celtibérica, sin puntos de contacto, aparentemente, con el mundo vasco.
     Dicho esto, no puede descartarse totalmente la posibilidad de que la colonización lingüística y material de tipo indoeuropeo haya afectado profundamente a las zonas bajas e intermedias del Tirón, más apropiadas para la creación de asentamientos urbanos, mientras que en el sector montañoso pudo haber seguido perviviendo entre las gentes un substrato indígena de raigambre vasco-ibérica.
     Caro Baroja llamaba la atención a este respecto apuntando hacia la existencia de ejemplos de hibridación vasco-céltica, notificados por los catálogos toponímicos recogidos en el ámbito territorial de nuestro estudio. Este hecho llevaría a presentar la hipótesis de que en la apartada región de La Demanda se conservaron lenguas y, tal vez, estructuras sociales y creencias prerromanas. Y esto a pesar de que en los aspectos materiales el impacto romano parece haber sido profundo en las cabeceras de los ríos Oca y Tirón 13.
     Otros autores han propuesto buscar solución al problema histórico que plantea el vascuence toponímico en nuestro territorio acudiendo a la idea de movimientos de repoblación que habrían ocurrido en los siglos finales del imperio romano, en época visigótica 14 o en los siglos altomedievales 15, coincidiendo en todo caso con etapas de inseguridad y vacío de los poderes políticos centrales y de fuerte crecimiento poblacional en el País Vasco 16.
     En apoyo de las hipótesis repoblacionistas más antiguas, defendidas entre otros por L. Michelena, es interesante advertir ahora de la vigencia toponímica del arcaísmo Corociga (San Clemente), un término encuadrable, en opinión de algunos filólogos vascos, en la época visigótica. De acuerdo con ellos, el actual vocablo vasco para designar la cruz -curuzt- desplazó a partir del siglo VIII a formas en "o" que, además del ejemplo anterior, encontramos entre los nombres de varios parajes del valle del Oja: Corocia (Ezcaray), Croziba (Zorraquín), Croziera (Santurdejo), Corociga (Ojacastro) y en el de la fuente Cosoros-tde un trasliterado Coroso?- del monte comunal de Masoa, en Belorado 17.
     Sea como fuere, el hecho indiscutible es que los primeros documentos conocidos que hacen referencia a la zona -siglos VIII, IX y XV- notifican ya la existencia de una sociedad en la que habían cristalizado rasgos idiomáticos vascos. Estos primeros testimonios escritos designan diferentes decanías pertenecientes a los monasterios de San Félix de Oca o de San Miguel de Pedroso -Et sexta decdnia, Sancti Saturnini de Egizuza... Et septima decania, Sancti Andres de Faiago 18; ... offerimus unum monasterium pernominatum Sanctum Laurentium, in monte Massoa... 19-; agostaderos de la sierra -In Larchederra una bacariza. In valle Zarratone una bacarizd 20... et ad gubernationem armentorum Lalhederrd et Gumenzula in serra 21- y cañadas, perfectamente delimitadas, para el aprovechamiento pastual de los ganados de esos mismos centros monasticos: "... in locis determinatis, id est sicut accipit in Ocharannna... " 22. En ocasiones aparecen vasquismos nombrando mojones y lindes, que pueden ser una fuente -id est de illo fonte qui vocatur Lamiturri...-, o una ermita -ubi iungitse cum supradictd viam super S. Johannem de Zavalla 23-. En relación con estas primeras huellas toponímicas debe resaltarse, primero, que la mayoría siguen vigentes y, en segundo lugar, que se concentran en el espacio montañoso comprendido entre el camino de Santiago y la línea de cumbres de la sierra de La Demanda.
     Precisamente muy cerca del camino de Santiago, en San Miguel de Pedroso, un barrio anexo a Belorado, tuvo lugar en el año 759 la oficialización del pacto por el que Nonna Bella y otras veintisiete monjas se comprometieron a vivir en comunidad. Un número suficiente de antropónimos como para que la muestra pueda ser considerada un reflejo de valor estadístico de aquella sociedad. Si el argumento onomástico tiene valor historiográfico, puede concluirse de este dato que estamos ante una comarca en la que, en aquella fecha lejana, había precipitado una sociedad que compartía elementos culturales hispanoromanos, germánicos y vascos. Junto a las Clarea, Susanna o Gontruda encontramos los siguientes nombres de raigambre vasca: Amunna, Monnia, Eilo, Munnoza, Anderazo, Munnata, Mumadonna, Anderquina 24.
     Aunque el registro onomástico de una lengua en una sociedad no implica necesariamente el uso de ese idioma por la población, las alusiones antroponímicas vascas son múltiples, v.g. en 1007 el cartulario de San Millán refiere: "et de parte dallende est una terra de Munnata; et de sursum est terra de filios de Zidurra de Oka...". Abundando en la misma idea, los textos de los documentos emilianenses se nos ofrecen cargados de Eitas y Amas 25.
La realidad plurilingüe de la comarca en el medievo queda notificada además por la concesión a sus habitantes, por parte del rey Fernando III, del privilegio (1235) de deponer en vascuence en las vistas judiciales. Tal fuero asistía al menos a los vecinos de Ojacastro, según se lee en una fazaña rescatada del olvido en su archivo municipal: "Esto es por fazanya que el Alcalde de Oia-castro mando prender Don Muriel que era merino de Castiella, porque juzgara que el uno de Oia-castro si le demandase ome de fuera de la villa, que el recudiese en bascuence. Et de si sopo Don Muriel que tal fuero habian los de Oia-castro e mando dexar e dexaronle luego que juzgase su fuero "26.
     Habían transcurrido ya muchas décadas desde que un glosador anónimo del monasterio de San Millán delató su condición de vascoparlante escribiendo en los códices anotaciones marginales en ese idioma. Restos, incluso expresiones directamente vertidas de la misma lengua, se descubren también en retazos de la vida cotidiana reflejados en las obras de Gonzalo de Berceo; es el caso de la máscara que asusta a los niños en algunas fiestas populares cuyo nombre, don Bildurr don Miedo, nos recuerda el riojano. Son trazas, el eco desgastado de una lengua como aquella con que los habitantes de la comarca apodaban a su señor, el conde de Grañón (García Ordoñez): Uyarra 27.
     Y, sin entrar en más pormenores, debemos aportar algunos términos actuales, de uso no general en castellano, que confinados en un inexistente diccionario de dialectología confirmarían la pretérita influencia del vascuence en el habla de la zona: ezcarro: arce, anabia: arándano, mocha: tronco pequeño, zarra: picote, charramiga: rosal silvestre, gazuza: hambre; zarria: gente ordinaria; ¡Aida!: ¡Arre! 28, y otros menos transparentes.

     EL LEGADO TOPONÍMICO VASCO: ACTITUDES, COLECCIONES Y NOTAS LINGÜÍSTICAS

     Con el objeto de distorsionar realidades molestas para tal o cual sector intelectual o político se constatan distintos tipos de manifestaciones, contradictorias pero hermanadas por su resistencia a aceptar el hecho social en sí, el documento histórico. A un primer grupo pertenecen algunas formas espúreas que encuentran asiento en los, por otra parte, excelentes mapas cartográficos militares 1:50.000. En estos mapas se ven casos tales como un imaginario Fuente de las Lácigas que quiere traducir al castellano el nombre genuino del lugar, Lamicuturre 29. La difícilmente aceptable presencia del acusado vasquismo en estas tierras del corazón histórico de Castilla debió de llevar a los autores a "suavizar" también un Anabiza y transformarlo en El Anabial.
     En esta línea de pensamiento, tendente a minimizar la huella del vascuence, se pueden incluir los hilarantes argumentos populares que atribuyen los nombres de lugar en esa lengua a unos pastores vascos que vinieron en el pasado o a los leñadores vascos que tiraron los hayedos. Disparates sin importancia que mezclan lo cómico y lo fantástico y cuyo único sentido puede estribar en la sonrisa que nos provoquen, como aquel que justifica los nombres de parajes en vascuence de la zona próxima a Valgañón por la influencia de los ingenieros vascos que diseñaron a principios del siglo XX la carretera de Fresneda y bautizaron en vascuence los montes y pagos por donde pasaba.
     Una línea semejante de pensamiento parece subyacer también en la reflexión que, en forma de lamento, expresaba, en un artículo escrito en vascuence, un viajero buen conocedor del idioma. Para el articulista suponía todo un contrasentido la, en su opinión, casi total inexistencia del vascuence toponímico en poblaciones como Caparroso, Tudela, Cintruenigo y, en general, en toda la Ribera navarra mientras que pervive con una descarada exuberancia en La Demanda, en palabras del responsable del trabajo En la Castilla del Cid y de Machado.
     Centrando de nuevo el tema vemos que, en una tierra que asistió en primer lugar al balbuceo del romance castellano, sobrenadan aún muchos vasquismos toponímicos que nos hablan de su complejidad lingüística e histórica. Expondré una serie de ejemplos suficientemente larga, pero de ninguna manera exhaustiva, relacionados con elementos destacados del paisaje y algunos topónimos mayores:
     Nombres de pueblos: Arraya, Cerratón, Ibeas, Zalduendo, Galarde, Uzquiza, Urrez, Ezquerra, y algunos otros menos claros: Turrientes, Puras (tal vez un derivado de ura, por ser la característica más definitoria de este lugar la abundancia de manantiales), Eterna (documentado como Heterrena en 945), etcétera.
     Bosques y otros fitónimos: Bagaza, Ayago, Bagadia, Vallaricha, Ezquerrarana, Arcea, Urrecia, Urracia, Sagastia, Aranguna, Valdizarga, Iraza, Anábiza, Esquiza, Ezquízago, Esquijarana, Ezcarreticia, Escarna, Urquidia, Urquiza, Orquiza, Orquízalo, Ezcarro, Amezia, Juarros, Masoa, Basua, Basandia, etcétera.
     Prados y pastizales: Larraederra, Larrabota, Larrea, Larriana, Larrabera, Remendia, Larruanda, Larreguna, Larralda, Rabidea, etcétera.
     Fuentes: Lurias, Landeleturria, Leturrias, Turrioza, Turbero, Torroberias, Las Turrieldes, Turraldea, Cañagaiza, Chartequeturria, Iturrioz, Turibero, Turrungaña, Berrungaña, Maceturri, Chiquiturria, etcétera.
Peñas y salientes rocosos: Rózola, Lejarte, Chúrguina, Lasártigo, Esputo (Aizpuru), etcétera.
     Vallejos: Arangurnia, Arangutia, Circoaraña, Cortarana, Ezquerrarana, Muñarana, Arrearana, Cañarana, Arana, Alticuarana, Sotarana, Aliarana, Gutillarana, Libardearana, Mujeraña, Esquijarana, Chaviscuarana, Zunzunarana, Susarana, Chibilliarana, etcétera.
     Pero no debemos limitar nuestro quehacer a la simple exposición de un cuantioso número de materiales. Hay topónimos que arrojan mucha luz sobre la profundidad del calado social de la lengua a la que pertenecen, sobre los universos mentales de los hombres que los crearon. De la penetración psicológica del vascuence en la sociedad medieval que ocupó las tierras del Tirón y el Urbión, también las del Oja y las de la cabecera del Arlanzón, dan fe los nombres de pagos que hacen referencia a la cruz: Crucialda, Cosoros, Corociga, Curzaraña, etc. (en estos puntos era costumbre, hasta hace unos años, colocar cruces de madera destinadas a la protección de los sembrados) y, más aún, los que se remontan a un tiempo en el que permanecían vivas las creencias en personajes mitológicos como Mari y las lamias, considerados hasta ahora exclusivos del área administrativa vasco-navarra: Anderiturri (San Vicente, 1145)]°, Marichinea (Pradoluengo), Marichicua (Pradoluengo), Mariota (Tosamos), Marijeño (Santa Cruz), Mari Señora (Tosamos), Laminturri (Espinosa del Monte, 945) 31, Lamicuturre (Santa Cruz), etc. Sorprende además la supervivencia de étimos relacionados con el fenómeno tardío de la brujería: peña Churguina (Rábanos) 32.
     La lectura de los catálogos toponímicos permite identificar fenómenos puramente lingüísticos como la palatalización de la l-; se ve en el ejemplo, varias veces repetido, de la transformación de zabala en zaballa y en el de artola en artolla- y otras evoluciones discrepantes de la norma, caso de la conversión fonética de la k en ch (Ocarana—Ocharana). Hay arcaísmos como el anteriormente citado corociga y algunas equivalencias acústicas: m=b (masoa=basua).
     Otra cuestión fundamental de este proceso fonético es la de la hibridación. Se atestigua en numerosas formas que fueron tomando prefijos y sufijos del castellano a medida, imaginamos, que el uso del vascuence fue perdiendo implantación social. Podemos comprobar históricamente esta evolución con el ejemplo, recogido en Villagalijo, de un zaballazu 33 conservado en la actualidad como zabálitas. Se pueden anotar varios ejemplos más: cañarana, cañagaiza, mendequillo, el mendico, vallegorria, valaricha, regutia, alticumbea o, por poner fin ahora a una lista demasiado larga, Valjubí (¿vallejobi?). Es notable la composición que se presenta en arcea -recogido en el valle de San Vicente- considerando la excepcionalidad que supone el haber sido la voz castellana -arce- la que ha quedado vacía de contenido en beneficio de la forma viva actual "azcarro".
     La corrupción es de una gran riqueza y variedad. El olvido progresivo de la lengua entre unas gentes que no escribían deformó los vocablos, eliminó sílabas, creó híbridos y buscó en el castellano equivalencias sonoras que explicaran términos cuyo significado se había perdido. He aquí unos cuantos ejemplos: fuente oraciona, tal vez de un pretérito uranciona; araña, mugaraña, solaraña, que no son sino derivados de arana, y mulalarto de un mugalarto. Casi irreconocible parece el proceso seguido por un arrilucea 34 que ha evolucionado hasta dar roncea. Las grafías erróneas pueden llevar a la equivocación como en los numerosos derivados de larra: La Rea, La Rabera, La Rabidea, (L)Arrearana, etc., hasta llegar a un caso de ultracorrección documentado nada menos que en el siglo XIV. Se trata del nombre de un monte, conocido hoy como Remendía, que un escribano real puso, en el siglo XIV, como Ruy Mendía 35. El afán ultracorrector del autor le llevó a transcribir, entre otros, vocablos como La guilleza por el genuino Cabeza Eguilaz o Ziharla por Ciárrula.
     La progresiva degeneración lingüística convirtió en nombres propios lo que no fueron más que vocablos genéricos utilizados por el sistema descriptivo de la toponimia: La Bizcarra, La Lucea, La Cruz de la Olaria. Fijémonos para terminar en el caso excepcionalmente rico de la evolución de un zarracitas convertido por la labor demoledora del tiempo en un hagiónimo imposible, San Asitas 36.
     Por último, merece la pena anotar las simples traducciones -Vallejo la cueva por chovaharan 37, el campo de San Juan por San Juan de Zaballa 38, valloca por ocarana 39 y, más recientemente, el anabial por anabiza, son algunos ejemplos- y la sustitución de vasquismos por formas castellanas cercanas a la comprensión de las gentes: "el reventón", nombre moderno de un valle documentado anteriormente como muñarana 40.

     EL VALLE DE SAN VICENTE

     Ya dijimos más arriba que, sobre el trasfondo castellano de la mayoría de los nombres de pagos, la vigencia de los vasquismos se hace más visible en el área montañosa de la zona. La irregularidad de la distribución territorial es tal que el arco porcentual abarca desde los cero registros, en los pueblos ubicados al norte del Camino de Santiago, hasta ¡más del 20%! del total del repertorio en lugares acomodados al pie de la sierra, vg. Fresneda o Santa Cruz.
     Y eso, tal vez, por dos razones: la primera, por el impacto uniformizador que tuvo el Camino de Santiago en la cultura y la lengua de todas las poblaciones que, por el norte de la comarca, se asoman a su discurrir, y la segunda, por la explicable relación entre el carácter comunal de un paraje, un monte 41, una dehesa, un prado, la cima de una montaña, una peña o una fuente, y el poder inercial de su denominación. Ya se sabe: bienes del común, bienes de ningún, razón que afecta incluso al topónimo del lugar al estar resguardado, por su propia naturaleza jurídica, de transacciones comerciales e, incluso, de cambios físicos que podrían inducir a la mudanza de su nombre: deforestación, dedicación al cultivo agrícola, cambio de propietario, etc. Un ejemplo reivindicativo de esta propuesta lo encontramos en Monte la Casa, el hayedo comunal de San Pedro del Monte y Eterna, cuyos cuatro vallejos se conocen como: Arnangutia, Zuarta, Olleta y Val de Bustos.
     Así ocurre en un espacio geográfico bien definido: el valle de San Vicente 42. En el valle subsiste todavía un buen número de labrantíos y montes, comunitarios en jurisdicción y aprovechamientos pastuales y forestales de las aldeas que lo constituyen y los pueblos limítrofes. Hoy forman parte de esta vieja comunidad de valle las pequeñas localidades de San Vicente, Santa Olalla, Espinosa del Monte, Villagalijo, San Clemente y Ezquerra, que se estructuran administrativamente en dos ayuntamientos asentados en San Vicente y Villagalijo. Fresneda y la aldea despoblada de Pradilla formaron parte en el medievo del concejo general del valle, aunque desde finales del siglo xv, y tras un larguísimo litigio, la primera consiguió la exención del villazgo de Cerezo y, consecuentemente, la separación del resto de las localidades de la antigua colectividad. Cuestión básica para comprender la historia de la zona es la indiferenciación social de que gozaron sus habitantes, todos pertenecían al estado general, a lo largo del Antiguo Régimen.
     Adheridos a la piel de este nicho geográfico sobreviven las más viejas esencias de un comunitarismo apenas desarticulado y con ellas elementos vascos variados y, por supuesto, muy valiosos: chaburtun, ironda, arnangutia, valdigurena, chivilliarana, larruanda, martíncelaya, ubarra, landeleturrid, garaldea, garatia, bedarcula y muchos más.
     El destino no ha mostrado su predilección por el valle que agoniza hoy empujado por una despoblación que amenaza con vaciar sus tierras de gentes. Para esta zona queda, sin embargo, la preferencia de la historia documental en las oscuras centurias de los siglos Ix, xi y xIi; todo ello debido a la estrecha y continuada vinculación de los valles del Tirón y el Oca con la abadía de San Millán de la Cogolla que absorbió los monasterios comarcanos de San Félix de Oca y de San Miguel de Pedroso y todas las decanías dependientes de ellos 43. En el cenobio riojano se han conservado cientos de escrituras notariales de la época, con mucha frecuencia relacionadas con la comarca, que registran donaciones particulares -pro remedio animarum nostrarum- de tierras de sembradura, de viñas, de libros, vasos cultuales, casas o derechos de pastos y leñas. En estos diplomas se anotan, a veces prolijamente, los nombres de los testigos de la cesión, los topónimos de las fincas objeto del otorgamiento, los de los linderos, etc. Una lectura atenta revela también notas relativas a la estructura social y económica, a las unidades de medida utilizadas, al avance de la colonización en las áreas forestales, a la red viaria o a la antroponimia de sus habitantes. Recogidos en los famosos cartularios emilianenses, constituyen una potente fuente escrita para intentar desvelar la historia de la cotidianeidad, un rayo de luz entre la asfixiante penuria documental.

     TOPONIMIA MAYOR DEL VALLE DE SAN VICENTE

     Como una original y modesta contribución al esclarecimiento de la cuestión del vascuence toponímico en las cuencas altas del interfluvio Tirón-Urbión, quiero aportar ahora la documentación que soporta los nombres medievales en vascuence de los pueblecitos del valle de San Vicente.
     El primer documento que traemos está fechado en 1081 44. Se trata de un diploma que contiene la donación de las heredades fundiarias de una familia - Vita Gomiz aparentes nostri et filii Blasco et Munio- en beneficio de un pequeño monasterio (individualizado por el autor de este trabajo en un área forestal comunal, propiedad del valle de San Vicente y Belorado, el antiguamente llamado monte Masoa o Basua). El monasterio, puesto bajo la advocación de San Lorenzo, recibió cinco tierras situadas en la jurisdicción de Espinosa del Monte, dos de ellas cerca del camino de carros que une, aún hoy, Espinosa et Sanctum Vincentum de Pinna, población conocida en la actualidad como San Vicente. Bajo el nombre del santo titular de la iglesia del lugar quedó oculta, como vemos, una anterior denominación del pueblo: Peña 45.
     Peña es un buen ejemplo del potencial descriptivo de la toponimia, pues en la geografía física del valle, también en el pasado en la espiritual, es la roca uno de los elementos descollantes del paisaje. La Peña del Rayo, que así se llama, es un solar numínico donde se produjo in illo tempore la unión de las potencias celestiales y terrestres, expresada plásticamente a través del rayo y la roca hendida. Junto al elevado saliente rocoso se construyó más tarde una ermita dedicada, con acierto, a Santa Brígida.
     La cuestión lingüística que nos ocupa, la hipótesis de un bilingüismo medieval vasco-castellano, seguirá presentando muchas aristas pero, por si habría de despejarse alguna duda, una carta de otorgamiento de bienes, fechada en 1139 46, conduce directamente a confirmarla: la escritura notarial concedía a la abadía benedictina de San Millán la iglesita de San Vicente de Pinna y todos los bienes anexos a ella. La donante, una noble de la que únicamente conocemos su nombre, Urraca, vivió recluida precisamente en una celda construida entre los pobres muros del edificio. De acuerdo con el escribano, a la firma del documento asistieron como testigos, entre otros, el señor del valle, el arcipreste de Fresneda, el merino y todos los vecinos de "Ordunie": Garsias Fortunionis, dominans toti valli Sancti Vincentii, confirmans. Gomesanu GonÇalvez, merinus in valle Sancti Vincentii, testis. Ennecus, archipresbiter de Frexeneda, testis. Sanchon de Espinosa, testis. Tota Ordunie vallis Sancti Vincentii testes. Tenemos por tanto los nombres en vascuence y castellano que tenía la capital del valle en el siglo XII: San Vicente de Orduña-San Vicente de Peña.
     La huella histórica dejada por esta desconocida Urraca, a quien suponemos miembro de la aristocracia, funcionó como un insospechado hilo conductor que nos llevó a desvelar los olvidados nombres vascos de otras tres aldeas del valle. Las fuentes emilianenses habían dejado constancia expresa de su actividad piadosa en un diploma anterior, datado en 1129 47, que recoge la cesión a San Millán de sus propiedades sitas de Barhoa usque ad semitam de Elorzaha.
     Debe decirse, antes de continuar, que la presencia como testigos notariales del prior de San Miguel, don Íñigo de Fresneda, y de otros vecinos de Santa Olalla, San Vicente, Pradilla, Villagalijo y Espinosa despejan cualquier duda que pudiera surgir sobre el contexto geográfico al que se refiere este ofrecimiento de Urraca: el valle de San Vicente. Por otra parte la utilización por parte del redactor del documento de un camino, convertido hoy en estrecha carretera local, como referencia para situar las heredades objeto de la cesión, nos ha permitido ubicarlas con precisión en los pagos rústicos que se extienden entre Santa Olalla-Baroja y Espinosa-Elorzaha. Contamos además con una posterior (1145) carta de confirmación real de las concesiones de la reclusa. En ella se menciona la iglesia de San Vicente y una serna Anderiturri, sub Spinosiella et super Tiron enna solana 48 a la que las anteriores precisiones topográficas invitan a identificar con la donación de 1129. La fuente, llamada hoy fuente la Inturria, se localiza efectivamente junto al camino antes citado, muy cerca del río Tirón, más o menos hacia la mitad de la distancia que separa las dos localidades mencionadas.
     Hay en la presencia documental de testigos de todos los pueblos del valle 49 una referencia indirecta a la fuerte solidaridad interna de la comunidad de valle, un dato que permite aproximarnos, siquiera mínimamente, al funcionamiento y organización de aquellas colectividades. Acudieron a la firma Domnus Ennecus de Fraseneda, prior Sancti Mikaelis, Bela Sancius de Frageneda, Galindus Munnius et Iohannes Munnius de Sancta Eolalia, Iohannes de Gaga de Sancti vincentii, Sango Cide de Pradiella, Iohannes Petro de Pradiella, Gomiz de Larrinhetago de Villagariguri et Garsia Iohannes de Spinosa. Es esta aproximación a las identidades campesinas la que nos permite de nuevo valorar el topónimo vasco del actual Villagalijo, Villagariguri.
     El tradicional planteamiento metodológico de los amanuenses de la abadía ha venido despojando de importancia a la parte del documento que transcribe los nombres de los testigos. A partir de esta falta de preocupación de los sucesivos copistas, algunos topónimos mayores quedaron sin actualizar en las fuentes a medida que el vascuence fue quedando en el olvido. Por ello es necesario un cambio drástico en la lectura de estas partes "marginales" del documento, una mayor atención que nos pueda llevar a nuevos hallazgos. Así se ve en este sorpresivo Gariguri que vierte al vascuence, o desde el vascuence, otras formas documentadas en romance: villa Alisco, Villaliggo, etcétera 50.
     Entre los topónimos mayores de la zona algunos están ligados a las características generales del paisaje vegetal, otros muestran referencias a especies vegetales concretas. Es particularmente interesante la alusión al fresno en tres casos -Fresno, Fresneda y Fresneña- ya que constituye una clara indicación de la mayor abundancia de estas formaciones boscosas en el pasado. Hoy todavía se ven alineados, aguas arriba de Fresneda, en los barrancos que alimentan las fuentes del río Tirón. Otra vez son las actas notariales de San Millán de la Cogolla las fuentes escritas donde encontramos recogido el equivalente vasco del fitónimo: Lizarraga. En un primer documento (1022) 51 asistimos a la acostumbrada entrega de bienes a un monasterio, en esta ocasión a San Miguel de Pedroso, por parte de algunos campesinos de Spinosa, Villagalisso y Lizarraga: et sex agros quos miserunt Mer Beila et Munnio Sanchoz et Alvaro Garceiz et Sancio Garceiz et dompus Munio de Lizarraga. Seis años más tarde el rey de Navarra, Sancho, cedió a San Millán el señorío y la exención fiscal de varios pueblos comarcanos: Lizarraga quarta pars, Eterrera quarta pars, Barticare quatuor casatos, Sancti Petri duos casatos; in Avellanosa duos casato...52. El entorno comarcal en que se desenvuelve la primera donación y el probable ordenamiento geográfico de las aldeas en la segunda parecen apuntar por tanto hacia la identificación de Lizarraga con Fresneda. No obstante la, a mi entender, confirmación definitiva de esta hipótesis viene de la mano del nombre interrumpido de un riachuelo, conocido hoy como río de San Julián. Hasta el siglo xix esta pequeña corriente de agua era llamada en San Pedro del Monte como río Zarga 53, es decir, recurriendo al recurso habitual de nombrar los riachuelos con la denominación del pueblo donde están sus fuentes o por donde más arriba fluyen sus aguas, en este caso por Zarga—Lizarga— Lizarraga= Fresneda. Un dato más: un sendero de montaña que comunica la aldea de Avellanosa con Fresneda se llama actualmente Valdizarga.
     Al borde del camino que une los valles del Tirón y del Oja, y dominando desde las alturas del monte todo el valle, se mantienen aún los muros de la iglesita de Pradilla. El lugar, que estuvo habitado hasta hace unas décadas, formó en el medievo parte de la comunidad del valle de San Vicente y, hasta la extinción de los villazgos, fue aldea de Cerezo. Los muros arrumbados del pueblo se extienden ocupando un extremo de un enorme pastizal llamado Larrea. La semejanza entre los contenidos semánticos de Larrea y de Pradilla, y la tendencia a llamar a los lugares de muy escaso vecindario en diminutivo, hacen muy tentadora la hipótesis de que el poblado haya sido conocido indistintamente con ambos topónimos.
     Una validación, bien que indirecta, de esta propuesta la encontramos en las ordenanzas municipales de Ojacastro del año 1528 54. Es en esta época cuando comienza a extenderse el uso de los actuales apellidos, tomados con frecuencia del nombre del pueblo de procedencia de cada individuo. Ese es el origen de los Puras, Urizarnas, Uyarras, Espinosas, Ezquerras, Mozoncillos, Fresneñas y otros muchos apellidos de la zona. Pues bien, en el acto solemne de promulgación de las citadas ordenanzas hallamos como testigos, entre otros, a los vecinos de Ojacastro: Juan de Zabarrolla (sic), Pedro de Valgañón, Bartolome de Zaldierna, Francisco de Uruzarna (sic), Juan de Uyarra, Pedro de Anguta -nombres todos de aldeas cercanas- y, respecto a lo que más nos interesa ahora, a Juan de la Rea, Diego Martínez de la Rea, Pedro de la Rea de Amunartia y Francisco de la Rea de Amunartia 55. Inadvertidamente el escribano que redactó la normativa municipal dejó constancia escrita de la existencia de dos poblaciones con el nombre de Larrea, una de ellas la aldea de Ojacastro, inmediata a Amunartia, y la otra, probablemente, la que más tarde se conoció como Pradilla.
     Y, en fin, nos queda Ezquerra. La aldea, asentada a la salida del valle de San Vicente, aguas abajo del Tirón, trae su nombre del arce menor (Acer campestre), azkarra en vascuence y ezcarro o azcarro en el habla cotidiana de los habitantes de la zona. El carácter concreto del nombre del lugar, el arce, sugiere en nosotros la singularidad, sin duda el tamaño colosal, de un árbol existente en el siglo X 56, en un área donde la especie sigue siendo especialmente abundante.

LABURPENA

RESUMEN

Este trabajo se centra en el estudio de la singular toponimia vasca recogida en los valles altos del interfluvio Tirón-Urbión y del río Oca (Burgos), a través de la cual el autor propone la hipótesis de un bilingüismo vasco-castellano que se hubiera mantenido en la zona hasta los siglos finales de la Edad Media. El artículo no se limita a la exposición de un gran número de vasquismos del catálogo toponímico, sino que ahonda en cuestiones lingüísticas referidas a fenómenos de hibridación, traducción o, sencillamente, sustitución de las primitivas formas vascas y, lo que es más importante, en las reflexiones intelectuales que este hecho histórico ha generado.
Después de atribuir la insólita permanencia de centenares de vasquismos a la existencia de un gran número de espacios comunales repartidos por la geografía estudiada, se desvelan, acudiendo a diversas fuentes documentales y, fundamentalmente, a una nueva lectura de los diplomas recogidos en el cartulario de San Millán de la Cogolla, los nombres en vascuence de las aldeas de un territorio reducido, ubicado al sur de la comarca de Belorado, bajo las montañas de la sierra de La Demanda: el valle de San Vicente.
Después de un olvido de siglos salen a la luz las viejas denominaciones de Fresneda-Lizárraga, San Vicente de Peña-San Vicente de Orduñe, Espinosa-Elorzaga, Santa Olalla-Baroja, Villagalijo-Gariguri y Pradilla-Larrea, para acompañar, de nuevo, al milenario nombre vasco del pueblecito de Ezquerra.

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1.   En esta idea han conocido, a lo largo de los siglos, geógrafos, naturales del país y viajeros. Fray Mateo de Anguiano decía muy a principios del siglo XVIII; (La Rioja) es un valle… que comienza desde Villafranca Montes de Oca hasta la Villa de Ágreda. Todas las poblaciones que se contienen en dicha demarcación son pertenecientes a dicha provincia y sus naturales son y se llaman riojanos en estos tiempos.
2.   La feria de Belorado es la más antigua, entre las documentadas, del antiguo reino de Castilla. Su celebración se notifica en el fuero concedido a la villa, en 1116, por el rey navarro-aragonés Alfonso I.
3.   Menéndez Pidal, R., El idioma español en sus primeros tiempos.
4.   Ortega Galindo, J., "Belorado: Estudio de una villa en la Edad Media", Estudios de Deusto, Bilbao, 1954.
5   "Que fue de bitas, de Villa Foratu"; 1054. Cartulario de San Millán.
6   "Conquiretur etiani de Belforazt, quod imperator reddiderat regi Garsiae patri suo, et eo mortuo, idem imperator abstulit illud Sandio, nunc regi navarrae tunc habenti et in pace possidenti tanquam suam, propiam haereditatem". Tomás URZAINQUI, La Navarra Marítima. Ed. Pamiela.
7   El autor ha recogido en torno a seiscientos vasquismos.
8   LECUONA, Manuel de, "Notas Toponimicas de La Rioja. El nombre de la cruz en la toponimia rioana'; en Gonzalo de Berceo, 1953. TOVAR, Antonio, Lenguas y pueblos de la Antigua Hispania. Fray Valentín de la CRUZ, Santa Cruz del Valle Urbión. Véase la duda del autor: "Pero las gentes que aquí vivían antes de la llegada de los romanos hablaban un lenguaje ibérico con obligadas semejanzas con el eusquera que por su mayor aislamiento no se borró con la romanización. También pudo ocurrir que esos nombres los trajeran los repobladores del siglo IX... A esta empresa (la de la repoblación) se sumaron muchos vascos".
9   Destaca entre todos ellos la tesera hospitalis hallada en el poblado romano de La Mesa, en Belorado. El bronce, en forma de pez, contiene un texto en lengua celtibérica y caracteres ibéricos. Se conocen también fíbulas de caballito, enmarcables perfectamente en el ámbito celta, y un par de pendientes dorados procedentes del poblado cerezano de Segisamunculum. Las escasas monedas de cuyo hallazgo tenemos noticia fueron acuñadas en conocidos talleres del ámbito celtibérico, las entidades emisoras inscritas en los epígrafes se refieren a ciudades como Turiasu o Bolskan, o a grupos étnicos, a veces de incierta identificación (Sekobirikes, etc.). En uno de los ejemplos aparece la ceca pamplonesa Barskunes. Nota del autor.
10   A pesar de las imprecisiones, las fuentes literarias romanas transmiten, entre el siglo 1 a. C. (Estrabón) y el II d. C (Ptolomeo), la idea de que la región situada inmediatamente al norte de las montañas de La Demanda formaba parte del área lingüística indoeuropea. A este respecto no debemos olvidar los topónimos mayores de las ciudades de Tritium, Libia, Segisamunculum (Cerezo de Río Tirón) o Virovesca.
11   Entre la nómina fluvial hemos encontrado la raíz céltica -oña = agua en varios ejemplos: Redoña (Belorado), Maroña (Fresneda), Vichoña (San Clemente), Pichoña (Eterna), Rodaño (Villambistia) o Valdoña (Villafranca); con el mismo sentido genérico de corriente de agua se ve documentado (863, 869 en el Cartulario de San Millán: 978 en el de la catedral de Burgos; 1319 en el de Las Huelgas) el río Vesga, el actual río Oca. También hemos apuntado un par de ejemplos de riachuelos cuyos nombres se presentan como derivados de la raíz indoeuropea aw- "mojar, fluir ". El primero corresponde con el arroyo de Valdeabuelo, en Villafranca, denominación que no ha sufrido modificación desde su aparición en un documento emilianense del año 869: ...id est de Val de Avuelo quantum potest portare cotidie cum uno carro et uno asino et cunctís fratres qui ibidem sunt in humeris eius. Emparentada filológicamente con el anterior está la forma Abanza, recogida en Santa Cruz. Aquí se reconoce el anterior radical celta aban- unido al abundancial vasco -tza. Nota del autor. Para el río Tirón dice la filóloga Aurora Fernández: "Para el primero (el Tirón) se impone una vinculación a la raíz hidronímica indogermánica Ter/Tor/Tur con el significado original de corriente de agua que baja de la montaña, probablemente unido al sufijo celtico -onno = agua". "Toponimia documental de la Rioja Burgalesa en los siglos xiv, xv y xvi", publicada por la Sociedad Quinto Centenario del Tratado de Tordesillas.
12   He aquí, a modo de ejemplo, una lista de estos antropónimos: Ambata Medica, Aliono Areico, Ambato Alebbio, Quemia Maglaena, Segilo Elarco, Vigano Locaeton, Doidena Celonia, etc. La reducción a Belorado del modelo de estelas en canto rodado hace pensar, sin embargo, en el traslado de un pueblo prerromano a nuestro territorio. En el resto de la comarca no aparecen, en ningún caso, este tipo de lápidas.
13   En Fresneda, al pie de la sierra, ha sido identificada una villa romana que permanece sin excavar. Asimismo son notables los restos materiales que indican la existencia de edificios romanos en San Vicente y Oca. Por otra parte la red de calzadas romanas y ramales secundarios cubría toda la comarca. Nota del autor.
14   MICHELENA, Luis, Palabras y textos.
15   CRUZ, Valentín de la, Fernán González. PÉREZ DE URBEL, Justo, El condado de Castilla.
16   "La llegada a nuestra comarca de contingentes humanos procedentes del País Vasco y Navarra ha sido una constante histórica. Durante los siglos XVI, XVIIy XVIIIbuena parte de los oficios artesanales (carpinteros, albañiles, panaderos, molineros, tejeros, herreros, etc.) eran desempeñados por vizcainos" : Ver el trabajo del autor: "Belorado y su Comarca en el siglo XVIII" Economía, sociedad y vida cotidiana.
17   M. LECUONA. Op. cit.
18   Cartulario de San Millán. Año 863.
19   Cartulario de San Millán. Año 945.
20   Cartulario de San Millán. Otorgamiento de aprovechamiento de pastos a San Félix de Oca, 869.
21   Cartulario de San Millán. Anexión a San Miguel de Pedroso del pequeño monasterio de San Lorenzo de Masoa, 945. El pastizal de Gumenzula ha sido individualizado por el autor de este trabajo en el monte de Alarcia, en la sierra.
22   Cartulario de San Millán, 945.
23   Cartulario de San Millán, 945.
24   Cartulario de San Millán, 759. Este es el documento más antiguo de la colección diplomática conservada en la abadía riojana.
25   932: Ego Eita Hoco de Salinas dono... Et ego domna Momadona de Cereso, quator eras que comparavi de ita Hacurio...; 940: Et Eita Feles de Cerezo...; 1009: ...latus vinea de Eita Alarize, 1083: Alia vinea in Sancta Cruce, latus de Ama Sarrazina.
26   MERINO URRUTIA, J. B., El folklore en el valle de Ojacastro.
27   Cantar de Mio Cid.
28   La expresión se mantuvo viva en San Pedro del Monte hasta que desaparecieron los bueyes y vacas de labranza.
29   Recogido junto a Anábiza en Santa Cruz del Valle Urbión.
30   Cartulario de San Millán, Doc. no 384. Ledesma Rubio. Las más que probables alusiones a Mari están avaladas por la naturaleza de los lugares que designan: cuevas, ermitas, fuentes o pastizales de la sierra. Nota del autor.
31   Cartulario de San Millán.
32   Probablemente de un primitivo Peña Sorguiña. El castellano tomó del vascuence este término, que aparece documentado (siglo xiv, Belorado) como Jurguina. En el catálogo toponímico actual se encuentra referido en Belorado y Villanasur.
33   Et alias duas terno in Zavallazu supo illam sernam de Sancio Didaz. Año 1090. Cartulario de San Millán de la Cogolla, (1076-1200). María Luisa Ledesma Rubio. Doc n° 201.
34   Archivo Municipal de Belorado. Libro de apeos de 1803.
35   Libro de la monteria de Alfonso XI. Capítulo: Montes de Burgos y San Millán. Siglo XIV.
En esta obra se anotan otros topónimos que parecen vascos: Gaenzabala, Velanchas, Veniaga, Gumenzulla, Monestarzala, Viquillanda, Tagaza (Trigaza), San Martín de Usquiza, Cuesta Orrizo, Erosdagui, etc.
36   Tomado de la toponimia menor de Espinosa del Monte.
37   Cartulario de San Millán, 1022.
38   Cartulario de San Millán, 945.
39   Cartulario de San Millán, 945: "Ocharanna". Todavía a mediados del siglo XVIII (Catastro del marqués de la Ensenada. Libro de respuestas generales de Puras), uno de los montes de la aldea de Puras se consignaba con este nombre: Ocarana. Hoy se conoce por Valloca.
40   Libro de apeos, 1803. Archivo Municipal de Belorado.
41   Resulta paradigmático el ejemplo del monte comunero Lo de los cinco. Esta área forestal, llamada anteriormente Masoa, abunda en formas vascas: Cosoros, Arangurtia, Arangurnia, Regútiga...
42   El valle de San Vicente fue una entidad jurídica que sobrepasaba el marco estrictamente geográfico del valle. En la figura estaban incluidos además los pueblecitos del valle del Urbión: Santa Cruz, Soto, Garganchón, Valmala y Alarcia; y Pradoluengo. En 1591 el valle había perdido a Fresneda y a la comunidad formada por Santa Cruz, Soto y Garganchón. Estos tres pueblos, que constituían un único concejo, fueron vendidos por Felipe ll en 1568 a Francisco de Alvarado. La decisión del monarca, necesitado de fondos para continuar la guerra contra los turcos, fue el inicio de un largo litigio con el duque de Frías, su señor, la villa de Cerezo (este pueblo tuvo el derecho de villazgo sobre todos estos lugares de la sierra hasta comienzos del XVIII) y el concejo general del antiguo valle de San Vicente.
43   En 1049 el rey García dio estos monasterios con todas sus propiedades a San Millán de la Cogolla. Cartulario de San Millán. Nuevamente en 1054, el rey García dotó su fundación de Santa María la Real de Nájera con numerosos monasterios de la comarca.
44   Cartulario de San Millán de la Cogolla (1076-1200). María Luisa Ledesma Rubio. Año 1081. Doc. no 44. Becerro, fol, 91-91 v°.
45   Cartulario de San Millán de la Cogolla (1076-1200). Año 1084. Doc. nO 88. Super Penna una vinea. Con esta denominación, Peña, o como San Vicente de Peña, aparece en el cartulario de San Millán en diplomas fechados en 1081, 1084, 1129, 1137 y 1139. Mª Luisa Ledesma Rubio, n°: 41, 44, 88, 361, 371 y 375. Del elevado número de aldeas cuyo topónimo está tomado del nombre del patrón aldeano -San Clemente, San Pedro, Santa Cruz, Santa Olalla...- se puede deducir una estrecha relación entre la reorganización político-administrativa del territorio y la restauración eclesiástica. A pesar de todo, poco a poco se nos están desvelando algunas denominaciones aldeanas sepultadas por estos hagiotopónimos. Es el caso de la aldea de Belorado, San Cristóbal, a la que un documento de 1078 Ilama Villa Cortice (CSM, 1078, doc. n° 12. Mª Luisa Ledesma) y de la pequeña población de San Torcuato, cercana a Santo Domingo de la Calzada, conocida en el medievo como Villaporquera. La raíz cort- puede guardar, según anota textualmente Julio Caro en su obra Vascuence y Fuero General de Navarra, relación con cohors: residencia. De ahí corte en romance y corta, borda y gort: corral en vasco. Conocemos no obstante un ejemplo que puede ilustrar el proceso inverso; se ve en Bascuñana-Bascuri (CSM, 1089, doc. n° 191. Mª Luisa Ledesma), aldea a la que las fuentes de los siglos XVII y XVIII aluden como Bascuñana y San Tirso.
46   Cartulario de San Millán. Año 1139, doc. n° 375. Becerro, fol. 103-103v°. Mª Luisa Ledesma Rubio.
47   Cartulario de San Millán. Año 1129, doc. n° 361. Mª Luisa Ledesma Rubio.
48   Cartulario de San Millán. Año 1145, doc. n° 384. Mª Luisa Ledesma Rubio. Espinosilla es la denominación que los habitantes del valle usan, aún hoy, para referirse a Espinosa del Monte. La fuente Anderiturri es mencionada en un documento fechado en 945 (CSM), curiosamente en esa ocasión se le llama Laminturri.
49   Nos referimos al datado en 1129.
50   Las fuentes emilianenses documentan el nombre de esta aldea con tantas mudanzas como frecuencia. Desde 945 en que se lee Villagalisso, vemos el topónimo como Villa Dalisso (1081), Villa Alisco (1084), Villa Galisso (1090), Villa Garisso (1095, 1107), etc.
51   Cartulario de San Millán, 1022. Bec. fol. 91. P Serrano. n° 91.
52   Cartulario de San Millán. Año 1028. Bec. fol. 181v. P Serrano. n° 97.
53   Montes exceptuados de la Desamortización. 1860. Provincia de Burgos. Hasta el siglo XVIII hubo en Belorado una familia Lizarraga perteneciente al estamento de hijosdalgo. Una de sus antiguas posesiones se llama actualmente Huerta Zarga o Zárraga.
54   MERINO URRUTIA, J. B., Ordenanzas de Ojacastro (siglo xvi), Instituto de Estudios de Administración Local, Madrid, 1958.
55   Obsérvese que pudieron haber existido dos lugares, por otra parte muy cercanos, con este nombre. Uno de ellos, Larrea de Amunartia, fue la aldea de Ojacastro que se registra en las ordenanzas, 1545, de esa villa riojana. El otro es la Pradilla que nos ocupa.
56   Cartulario de San Millán de la Cogolla. P. Serrano. Año 969. Igitur illam villam Ezquerram. Doc. n° 63.

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LA TERCERA REDECILLA. UN CENTRO DE PRODUCCIÓN RURAL EN EL TIRÓN MEDIEVAL
Berceo, 148, 39-53, Logroño, 2005
RESUMEN
La vinculación medieval de la comarca de Belorado con el monasterio riojano de San Millán ha quedado reflejada en decenas de diplomas de su conocido Cartulario. No debe olvidarse que fue en el barrio beliforano de Pedros donde se ubicó una de sus más ricas "decanias", el cenobio de San Miguel. Es a través de esta colección documental como puede atisbarse parte de la realidad socioeconómica, incluso lingüistica, del Alto y Medio Tirón durante los siglos X, XI y XII.
El autor de este trabajo, apoyado fundamentalmente en una carta de donación datada en 1025, de la que se conservan dos versiones distintas, y en disciplinas como la toponimia y la arqueología extensiva, ha sacado a la luz un poblado del valle: Redecilla, abandonado por sus habitantes con anterioridad al último tercio del siglo XII. En el artículo se concreta la ubicación del "palatium" del señor, de la iglesia familiar y de las agrupaciones de viviendas de los siervos. Todo ello enmarcado en un intento de reconstrucción de las estructuras jurídicas, demográficas y camineras de la zona.
Palabras claves: Toponimia, Cartulario, repoblación, Belorado, Cerezo, Tirón.
Redecilla debió de nacer, en los últimos años del siglo IX, como consecuencia de la toma militar, bajo la autoridad de los reyes de León, de los cerros fortificados de Cellorigo (Vela Jiménez, 882-883), Cerezo (Vela Jiménez, Tello Ansúrez, 891), Ibrillos (Alfonso III, 896) y Grañón (899). La perdida del control de estos castillos y la huida o rendición de sus guarniciones musulmunas, dependientes de los banu-Qasi tudelanos, ocasionó la incorporación inmediata y definitiva de los territorios del Oja-Tirón a los estados cristianos del norte peninsular.
La repoblación de los dominios del Alto y Medio Tirón quedó para el conde alavés Abolmondar Téllez, cuya familia era oriunda de la zona próxima al monte Gorbea. Los Téllez, aliados del monarca leonés Alfonso III, hicieron del fortín cerezano la sede organizativa de un amplísimo suburbio, que se extendía desde la sierra de La Demanda y las zonas boscosas de Juarros y los montes de Oca, por el mediodía, hasta los Obarenes y las aldeas del curso medio del río Tirón. Al alcázar de Cerezo, edificado sobre la colina caliza que da vista al río, le fue asignada una función política: la administración de tan vasta jurisdicción. Entre sus defensas se edificaron iglesias y, podemos suponer, la residencia temporal del conde y de sus sirvientes, del merino y de algunos notables de su milicia. Al mismo tiempo, extramuros del burgo militar y desde las ruinas próximas de la vieja cívitas romana -el puente romano de Rudera es todavía testimonio de su pasada properidad- hasta las más alejadas vegas y montañas de la jurisdicción cerezana, fue precipitando una población de origen diverso, constituida por los colectivos de agricultores y ganaderos que había dejado la retirada del Islam, por los nuevos roturadores de tierras, por los fratres de los numerosos monasterios, cualquiera que sea el significado que se encuentre tras este término, en todo caso polisémico, y por algunos magnates, domini et seniores, a cuyo servicio se encontraban siervos de diferente condición jurídica. Antes del siglo XII, antes de que se dibujara la fisionomía urbana de Belorado, la población donde los lugareños iban a intercambiar sus productos agrícolas también era Cerezo; lo recuerdan todavía las "carreras del mercado" que tienen allí su meta.

La pervivencia de elementos prerromanos de origen indoeuropeo entre los catálogos toponímicos de la comarca abona la idea de una continuidad poblacional, mantenida a lo largo del paréntesis testimonial que ocupa el período histórico que va desde el fin del imperio romano hasta la fundación del monasterio de San Miguel de Pedroso (759). Se trata, sobre todo, de hidrónimos: Tirón, Redoña, Valdoña, Maroña, Rodaño, Pichona, Ruvesga, Vesga, Abanza, etc.; del potente ejemplo de la colina de Buradón o del recuerdo medieval del nombre antiguo del monte de San Millán y las alturas cercanas: Montes Distercios. Datos a los que habrá que añadir, desde luego, los topónimos mayores de algunas poblaciones cercanas: Oca, Osmilla, Leiva, Briviesta, etc.

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La Comarca de Belorado: toponimia y antropología.
Rufino Gómez Villar. Editorial Pamiela. Ensayo y Testimonio. 2005.

     CONTRAPORTADA

    "Con frecuencia, cuando tengo la suerte de charlar con los hombres de la tierra, aprovecho, en cada pueblo, para ubicar e individualizar algunos nombres de lugar, los más sonoros, los más sugestivos, aquellos en los que se intuye un significado profundo o una historia olvidada." R.G.V.

     Buen conocedor de su tierra, Rufino Gómez recoge y estudia en este nuevo libro la topnimia y la mitología popular de esas tierras entrañables de La Riojilla.
     Un aspecto importante de la toponimia recogida, ya adelantada por él en la revista Fontes Linguae Vasconum, es el referido a la abundante presencia de términos vascos, especialmente en el valle de San Vicente y en las zonas montañosas próximas.
Medio centenar de términos, extraidos de la documentación recogida, sirven de título a otros tantos capítulos en los que se organiza el libro.

     INTRODUCCIÓN

     Hace ya algunas primaveras -recuerdo la estación porque aquel día estuve escuchando un inolvidable concierto de pecus y picocarpinteros- tuve un encuentro con Piíto, el de Eterna. Subía, cabalgando una moto, por el cañal de Buzcarras, de mirar los cepos para topos, de los prados del Otro Río. Porque en Eterna hay dos ríos, el Recuércedes y el Otro, un arroyo que muda el nombre dependiendo del monte, el vallejo o el pueblo por donde discurran sus aguas: Lanuza, Lizarga, Pichona, San Julian, Río de San Pedro, Roblillos. En el hilo de la inevitable conversación se fueron engarzando el número de capturas -"Levantan la tierra y se joden los prados"- y la grabación de una cinta. Una cassete con jotas, canciones de ronda y el romance de "Los mandamientos".
     Con frecuencia, cuando tengo la suerte de charlar con los hombres de la tierra, aprovecho, en cada pueblo, para ubicar e individualizar alguns nombres de lugar, los más sugestivos, aquellos en los que se intuye un significado profundo o una historia olvidada. "¿A que no sabes dónde llaman Tres Putas?" "Ahí mismo, pero no se llama así, su nombre verdadero es Tribusto, lo de Tres Putas cosa de registros y de catastros."

     El ejemplo sirve para ilustrar el grado de deformación que el desconocimiento, la desgana y la desatención de los notarios, escribanos y secretarios de ayuntamientos, todos forasteros por vocación, han causado en las denominaciones genuinas, en los vocablos primeros con que los hombres bautizaron los ríos, montes, bosques, entrepanes, tiesos y tierras de labor de sus pueblos, de sus universos aldeanos. Es paradigmática la mala audición del autor del Libro de la Montería (s.XIV), que pone Corrientes por Turrientes, Tagaza por Trigaza, Guilleza por Eguilaz o, el colmo, Padre Luengo por Pradoluengo. Y el entusiasmo ultracorrector de un conde de Haro (s.XV) que buscó para su villa de Belorado. Valforeado escribe, una etimología tan hermosa como falsa. El mismo peligro acecha detrás de los mapas y de las excelentes cartografías actuales -desde el punto de vista técnico-. en una de las más prestigiosas vemos, por tierras de Villafranca, que los pagos del monte conocidos por Rozquemada y Val de Serrazuela adquieren connotaciones gastronómicas, al ser rebautizados con los nombres de Arroz Quemada y Val de Zarzuela.

 

     La Piedra de La Pastora. Pag. 43

     La estela se veía, ya va para tres o cuatro décadas, en el pastizal de Larrea, coronando una pequeña elevación, muy cerca del camino que desde Pradilla llevaba a los hombres y sus ganados a las ferias: el camino de Belorado. Hoy preside, magnifica y rodeada de una perpetua ofrenda de flores silvestres, la Plaza Mayor de Fresneda.
     Larrea es el nombre de un prado comunero cuyas hierbas aprovechan desde antiguo los rebaños de vacas de Fresneda, Pradilla, Eterna y otras aldeas cercanas. El pastizal llena uns extensa meseta circundada por las dehesas de haya de esos lugares y está colgado, como un mirador, frente a la silueta azul de la Demanda. Desde este punto cercano al cielo pueden verse al atardecer, como una congregación de luminarias, los pueblecitos del valle de San Vivente. Las tierras de Fresneda, San Vicente, Santa Olalla, Espinosa y Villagalijo exhiben la injerencia humana en un paisaje de prados y sembrados, chopos, laderones incultos y bosques de robles y hayas. Y también pinares de repoblación. Muchos pinares. Y la linea arbolada del río Tirón.
     Hasta los años setenta del siglo XX hubo allí, anclada sobre una prominencia del terreno, una estela fálica: la Piedra de La Pastora. Ante la gran columna de piedra los pastores llevaban a cabo un devoción callada, ofrecían a la piedra sacrificios de flores silvestres y vigilaban que las vacas no la derribasen, que estuviera siempre enhiesta. Sin duda en La Demanda, como en otros muchos lugares de la Tierra, los hombres creían que las piedras verticales tenían propiedades sagradas -en Arcederillo el menhir de Peña la Diabla ofició como mojón desde tiempos inmemoriales- y que cobijaban la capacidad de hacer brotar las hierbas en los prados. Es posible que la tosca imagen de un pastor prehístorico, tal vez de un guerrero vestido con el sagum de los celtas hispanos, grabada sobre la superficie del megalito hay sido vista en otros tiempos como la de un dios propiciatorio de la vegetación.
     Lo cierto es que cuando, en el último tercio del siglo pasado, la piedra fue trasladada desde el monte hasta la plaza de Fresneda seguía mostrando su poderosa fascinación espiritual sobre los habitantes del pueblo. Temerosos de que la piedra desapareciera en la soledad del monte -esa suerte corrió recientemente la Piedra de las Modistas, en Alarcia-, los vecinos la desplazaron por el paisaje descarnado de la montaña de Pradilla, rumbo a su destino actual en la plaza. Sobre un trono portátil y acompañada por el cura, las autoridades municipales y toda la colectividad, la piedra recibió tratamiento de símbolo espiritual, como el que se tributa en las procesiones a los santos patronos de cada lugar. Aquel día, sin saberlo, los serranos se reconocieron por última vez en sus antepasados gentiles.
     Para explicar el aroma de sacralidad que desde siempre ha estado ligado al megalito y al paiseje de Larrea se contaba en los pueblos limítrofes el tradicional relato de La Pastora. Se expresaba en él una preocupación, adherida, como una segunda piel, a las sociedades ganaderas, se dramatizaba el miedo ancestral al lobo.
     Según recuerdan los más viejos de Eterna, o de Anguta, o de Avellanosa, Fresneda o Pradilla en su niñez oyeron narrar la penosa historia de una zagala del pueblo que pastoreaba en Larrea con las ovejas de su padrastro.
     La desgracia ocurrió la víspera de Navidad, y lo cuentan así:
     «Aquella tarde caía una cellisca muy fría. La mocita llevó a cerrar el hato familiar temprano porque, más tarde, tenía que ayudar a su madre a preparar la berza, los caracoles, la compota y las castañas de la cena. Una vez más había llegado la Noche Buena y después de la cena las jóvenes estaban dispuestas a cantar villancicos y a jugar con los chicos de las casas cercanas, en el Barrio Encimero. Pero al entrar al corral su padrastro hecho en falta el corderito blanco y, muy enfadado, le mandó subir al monte en su busca.
     Otra vez la empinada cuesta, se echaba la noche y ¡cada vez nevaba más! Además la niña había oído decir a los pastores que, desde hacía unos días, los perros no paraban de barruntar el rastro de los lobos. Se contaba que en la lobera de San Pedro encontraron una cría el día de San Nicolás y la pasearon, atada en la jalma de una cabalgadura, por las calles del pueblo.
     Al día siguiente, muy de mañana, un grupo de hombres encontró en Larrea el cuerpo destrozado de la niña, cerca del camino de Pradilla, por donde estaban dispersos también los restos ensangrentados del cordero blanco. Dicen que, como recuerdo, los pastores labraron la piedra y dibujaron su silueta, hilando, en una de las caras».

     Pero el cuento de la pastora, creo yo, no es una historia real. Sólo es una metáfora, un relato arquetípico de la cultura popular en el que se nos ofrece una experiencia antropológica, entrecruzada de miedos ancestrales: el padre autoritario, el lobo, el monte, el frío, la noche y la soledad. Por eso lo encontramos repetido, explicando -también en Fresneda- un nombre cuyo primitivo sentido ha sido olvidado: el alto de La Muñeca. Empujados por la comprensible necesidad de dotar de un significado a un ya inentendible símbolo lingüístico 20 -`muñeca'- los vecinos de Fresneda volvieron a recurrir al lobo y a la jovencita como protagonistas de la conocida historia de una pastora, cuya muñeca apareció en el alto, entre los restos destrozados de sus vestidos.


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Rufino Gómez Villar analiza la toponimia y mitología de "La Riojilla" burgalesa
La Rioja, viernes, 17-02-2006

     El catedrático Rufino Gómez Villar presentó ayer en el "Foro Santos Ochoa-Fundación CAN" de Logroño su libro La Comarca de Belorado: Toponimia y antropología.
     Buen conocedor de su tierra, Gómez Villar recorre esta zona de la denominada como "Riojilla" burgalesa para desentrañar los significados de sus topónimos, con especial dedicación a la abundante presencia de términos vascos y su origen, en muchas ocasiones, de profunda raíz mitológica.
     El libro se organiza a partir de medio centenar de términos que sirven de título a otros tantos capítulos.

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El alma de la toponimia.
Una publicación de Rufino Gómez sobre la comarca de Belorado.
Texto: Antonio Recarte Goldaracena*. Piedra de rayo, nº20, abril 2006

     No es facil escribir un libro sobre toponimia y que ademas se lea como si fuera una divertida guía de viaje. La mayor parte de ellos son un eterno listado de palabras que, para los no especialistas, apenas informan nada de la geografia y la historia del lugar, ni de los condicionantes ecologistas, sociales y económicos de las gentes que lo habitan.
     Este no es el caso del libro La Comarca de Belorado: toponimia y antropología, escrito por Rufino Gómez, natural de Belorado y catedratico de Física y Química del I.B. La Laboral de Lardero-Logroño, editado recientemente por la editorial Pamiela, donde ya aparecía en el año 2000 otro trabajo del mismo autor: Belorado y su comarca. Economía, sociedad y vida cotidiana (1700-1813).
     El autor ha reunido un catalogo de unos ocho mil términos, pero de ellos ha seleccionado medio centenar que dan titulo a los cincuenta capítulos en los que se estructura el libro que, insistimos, es una ilustrada guía para descubrir la vecina comarca de Belorado, también llamada la Riojilla Burgalesa.
Presentamos a continuación el texto escrito para la conferencia de presentación del libro por Antonio Recarte y reproducimos, gracias a la gentileza del autor y de la editorial Pamiela, uno de los capitulos, el titulado "La Piedra de la Pastora", que es la mejor forma de comprobar el tono general de este admirable trabajo.

      El autor.
     
     Rufino Gómez Villar es un autor sorprendido por pasiva y por activa. Por pasiva, porque cuando sus amigos y compañeros pensábamos que sólo se dedicaba a las tareas docentes desde su cátedra de física, ha sido pillado in fraganti cometiendo el vicio solitario de dedicarse a descubrir ruinas, vallejos, árboles milenarios, canciones en vías de extinción o incluso palabras moribundas,
     Rufino Gómez Villar ha sido sorprendido escribiendo un artículo y otro, o dando a luz un libro y otro. El último ha sido: La comarca de Belorado: toponimia y antropología. He aquí, primoroso, de suaves colores y de fino tacto, el libro publicado por la editorial Pamiela,
     Rufino Gómez Villar, autor sorprendido también por activa, es un estudioso que, a partir del reconocimiento de las propias limitaciones (como Sócrates, con perdón), es capaz de construir algo interesante: cuando el autor pasea por los montes de la Demanda, cuando camina tres horas en busca de las fuentes primigenias de un arroyo, dos docenas de piedras pueden ser las ruinas de un castillo medieval, un tronco con ramas puede ser un ejemplar centenario en vías de extinción, la canción que oye a un pastor puede ser parte de un romancero antiguo, y el nombre de una fuente, una fuente de tradiciones históricas. Sorprendido por lo que ve, acaba descubriendo, tras posteriores filtros de investigación, retazos de antropología que se nos escapan al común de los mortales cuando paseamos por los montes con la sana y vulgar intención de respirar aire puro o de recoger unas setas.
     Desde Redecilla hasta lbeas de Juarros, desde Cerezo hasta Pradoluengo, desde Garganchón hasta Otero, el autor pasea sorprendido, busca piedras, anota nombres, hojea archivos, recorre riachuelos, escucha canciones, desempolva topónimos, añora tradiciones, compara términos, rastrea antiguas propiedades, ratea por los catastros, descubre vasquismos, analiza étimos latinos... y sobre todo disfruta; se sorprende de todo y disfruta.
     Y cuando un autor disfruta primero investigando, hace disfrutar, después, a los lectores,

     El libro

     En cierta ocasión, el autor tuvo la gentileza de regalarme unos excelentes fascículos sobre diversas comarcas de la provincia de Burgos (Los Páramos, las Loras, el valle de Tobalina, la Bureba...), a medio camino entre la guía turística y el texto expositivo y divulgativo. Y añadió, al entregármelo, un juicio lacónico: están muy bien, pero quizás les falta «alma».
     Quería yo decir que a su libro no le falta «alma». Profundo amante de Belorado y su comarca, Rufino Gómez no es un frío fotógrafo de paisajes o de tradiciones, no es un mero recopilador de topónimos que amontone un informe acervo de léxico, que no sería poco. No. El autor le pone a su texto expositivo el temblor, el toque humano, la anécdota cálida y emotiva. Alguien que nos habla así:
     «Envueltas en la melopea triste del Viernes Santo (...) las jornaleras arrastraban el cansancio hasta las primeras casas del pueblo (...)», no es un mero compilador de documentos. Yo, personalmente, es el rasgo que más aprecio del libro: ese cierto temblor antropológico del que están impregnadas sus páginas.
     Todos podemos apreciar, sin duda, otros valores de contenido. Citaré algunos: las finas disquisiciones filológicas, el copioso fenómeno de las etimologías populares o falseadas, la comprobada aparición de términos euskéricos (un valor sin duda definitivo para la editorial Pamiela), los apuntes sobre gramáticas comparadas (incluyendo una buena relación de adstratos lingüísticos), las minuciosas descripciones topográficas, la recuperación de olvidadas tradiciones históricas, la consistente validez de la documentación aportada,... En fin, sumamente interesante resulta también la sutura fina y sin pespuntes entre la naturaleza y la cultura, entre el árbol y las ruinas, entre lo agreste y lo cultivado, entre al archivo y el pastor... Genios, diosecillos y personajes míticos tienen también su cabida y su explicación, especialmente a través de la toponimia.
     No son pocas, ni de tono menor, todas estas aportaciones para la antropología de la comarca.
     Con todo, yo sigo resaltando el «alma», esa cierta calidez al redactar la exposición, ese suave hálito emocionado cuando nos dice cosas como ésta: «(,,.) un tono pesimista embarga a los habitantes de la ribera del río Urbión», 0 aquel otro capítulo donde nos transmite el histórico temor de los habitantes de Belorado a que las aguas que nacen en Pozo Negro arrastren un día al pueblo entero.
     Rufino Gómez Villar, intitulado «Vizconde de Esquijarana» sin que conste ninguna prueba documental en contrario, nos presenta hoy un magnífico libro expositivo y expresivo de etnografía, de filología, de toponimia, de antropología. Y ello referido a una zona en plena vía del camino, entre Burgos y Santo Domingo, entre La Bureba, la Riojilla burgalesa y la Demanda. Y todo ello, adobado con una profunda dosis de documentación, con un prolongado ejercicio de la observación, y con una correctísima y emotiva capacidad de redacción.
     Entre profesores, el autor se ha merecido un sobresaliente.

     *ANTONIO RECARTE GOLDARACENA.  CATEDRÁTICO DE LENGUA Y LITERATURA, Y CRÍTICO LITERARIO

Presentación del libro en el Foro Santos Ochoa de Logroño. En el centro, el autor; a su derecha, el profesor Antonio Recarte. Foto: Tomás Alonso
Inscripción en la puerta de la Iglesia de Santa Mª del valle de San Vicente. Foto: Carlos Muntión.

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