Rufino Gómez Villar
Rufino Gómez Villar
(Belorado 1952).
Es catedrático de Física
y Química del I.B. La Laboral de Lardero-Logroño.
Dedicado a divulgar la cultura tradicional
de la comarca de Belorado, es autor de los guiones y vídeos:
La danza de Belorado (1991) y Belorado: el Hombre
y las estaciones (1995).
Es autor del libro
Belorado y su Comarca. Economía, sociedad y
vida cotidiana (1700-1813) (Pamiela,2000),
y coautor, con Javier Asensio, Jesús Ramos y José
Antonio Quijera, del libro La danza riojana, Historia, sociedad
y límites geográficos (2001).
Foto: Rufino Gómez,
en el Ateneo Riojano, en Logroño.
Toponimia
vasca en la comarca de Belorado (Burgos)
Fontes Linguae Vasconum. Año
XXXV. Nº 92. Enero-Abril 2003.
A la memoria de
mi abuelo Rufino, del valle de San Vicente
ASPECTOS
SOCIO-GEOGRÁFICOS E HISTÓRICOS DE LA COMARCA
Belorado
(en la foto de Iñaki Gorostidi, la plaza principal) ha sido
hasta hace una década la cabeza de uno de los doce partidos
judiciales en que, tradicionalmente, ha venido dividiéndose
la actual provincia de Burgos. La comarca ocupa la parte centro
oriental de la provincia, de la que la separan, por el norte, las
colinas y altiplanos conocidos por los naturales de la zona como
Las Lomas, el área boscosa de los Montes de
Oca por el oeste, y por el sur la imponente sierra de La
Demanda, que por este lado da principio al largo tramo del
sistema Ibérico que concluye en el Moncayo. Esta línea
de elevaciones y montañas señala también la
divisoria entre las cuencas hidrográficas del Duero y del
Ebro, y concede al marco geográfico de nuestro estudio un
carácter unitario con La Rioja Alta, entendida ésta
como un área natural, incluso cultural, perfectamente delimitada
(1).
La difícil geografía
comarcal induce, a lo largo de la dirección noreste trazada
por las aguas del río Tirón, una estructuración
del espacio en dos zonas: hacía el sur, bajo el cordal de
picos de La Demanda, el territorio es montañoso, húmedo
y boscoso, muy apropiado para el sostenimiento de economías
de raíz ganadera y forestal. En acusado contraste con este
dominio, las suaves colinas y las vegas más abiertas de los
ríos de la zona septentrional han favorecido los cultivos
cerealísticos y hortícolas y, en el pasado, los viñedos.
El eje natural del Tirón y el Camino de Santiago, que recorre
la comarca de este a oeste, confluyen en Belorado, población
que, en razón de este claro determinismo geográfico,
se erigió tempranamente en el principal núcleo de
población. Aquí, lugar de encuentro de dos economías
complementarias, se construyeron cercas y castillo y se instituyeron
las ferias (2) y mercados semanales que polarizaron
la vida de la comarca a lo largo de la historia.
La zona comprendida en el viejo partido
judicial de Belorado comparte con La Rioja Alta una articulación
histórica difícil que pudo tener principio en la inicial
inclusión de estas tierras en el convento jurídico
romano de Clunia, a pesar de su pertenencia natural al valle del
Ebro. La posterior reforma iniciada por el emperador Constantino
las colocó dentro de la jurisdicción de la diócesis
tarraconense y sirvió como pretexto, en el siglo X, para
que la cancillería de la naciente monarquía navarra
las reclamase como propias. Esta naturaleza histórica dual
se reflejaría más tarde, por ejemplo, en la existencia
de la primera sede episcopal castellana en Oca (Villafranca Montes
de Oca) o en la similitud del romance castellano con el habla antigua
de La Rioja (3) por una parte y, por otra,
en la innegable huella vasco-navarra en la cultura popular medieval
de la zona, influencia que incluye una situación de bilingüismo
vasco-castellano vigente al menos hasta finales del siglo XIII.
En la larguísima contienda
militar navarro-castellana, librada por el control de este extremo
noroccidental de la depresión del Ebro, deben buscarse algunas
de las causas de su pujanza económica medieval -en Belorado
se creó una aduana que controlaba el tráfico comercial
entre La Rioja y Burgos- y la confirmación de una personalidad
fronteriza que se ponía de manifiesto incluso en las normativas
municipales: todavía en 1470 los vecinos de Belorado estaban
obligados a enviar mensajeros a la frontera de Navarra para
la guarda y defensa de la Tierra (4).
Aún hoy el nombre de un pago rústico del pueblecito
de Castidelgado -Castilla- recuerda que, durante el reinado de Alfonso
VIII, los límites entre ambos reinos estaban marcados por
las aguas del río del lugar, el arrollo Roblillos.
En la habitual condición de
residencia real que tuvo durante el reinado de este último
monarca y de su padre, Alfonso VII, debe buscarse también
el protagonismo de Belorado en la épica castellana contemporánea
o inmediatamente posterior a la derrota navarra. Esa es la razón
por la cual el monje de Cardeña, autor anónimo del
Poema de Fernán González, centra el momento cumbre
de su obra, el que describe la liberación del conde, en la
villa:
Llegaron de venida todos a Belorado
aquesta villa es al cabo del condado
un herrero muy bueno demandaron priado
y el buen conde de hierros fue sacado
o la que originó que en el romance de los esponsales
del Cid se incluyeran al pueblo entre las arras reales.
El rey dio al Cid a Saldaña
a Valduerna ete Bilforado
La comarca beliforana osciló
entre uno y otro reino hasta que, en 1167, Sancho VI el Sabio de
Navarra y Alfonso VIII de Castilla acordaron aceptar el arbitraje
del rey de Inglaterra, Enrique II Plantagener, sobre los territorios
disputados. La zona quedó definitivamente para Castilla pero
es obligado advertir que una de las alegaciones presentadas por
los negociadores navarros reclamaba expresa y puntualmente Belorado,
la vieja aldea de Foratu (5), que posteriormente
se convertiría en sede de una tenencia navarra (6).
CONSIDERACIONES
PRELIMINARES
Una cuestión
básica de la toponimia comarcal es la existencia entre sus
colecciones de numerosos elementos lingüísticos vascos.
No es ningún enunciado original decir que pegadas a la geografía,
designando sus características orográficas, los nombres
de los bosques, las fuentes y los ríos, han encontrado refugio
muchas palabras desusadas de nuestro idioma castellano, vocablos
que de otra forma habrían pasado a formar parte del olvido.
Junto a ellas han sobrevivido cientos de vasquismos 7
que, aunque solo fuera por su abrumadora presencia, atestiguan por
sí mismos la pasada vigencia de una sociedad bilingüe
en la zona. Más aún si no soslayamos el hecho, tan
importante a la hora de subrayar la penetración anímica
de cualquier lengua, de la existencia de varias voces de etimología
vasca referentes a la vida religiosa o a creencias mitológicas.
En relación con este asunto
no han faltado filólogos e historiadores que han atribuido
el mensaje plural de la toponimia comarcal a la pervivencia hasta
el medievo de una lengua ibérica, protegida de la extinción
por las montañas de La Demanda y emparentada, si no coincidente,
con el vascuence 8.
Frente a este planteamiento es preciso
anotar que el horizonte cultural que se vislumbra en la etapa de
contacto con Roma nos habla de una zona profundamente celtizada,
tal como se deja ver en los materiales arqueológicos 9,
los textos literarios clásicos 10,
el abundante repertorio hidronímico de raigambre indoeuropea
11 o la onomástica del más de
medio centenar de estelas funerarias en canto rodado halladas en
Belorado 12.
Estos son los datos objetivos. Basándonos
en ellos únicamente se puede constatar que en la región
se desarrolló en los siglos cercanos al comienzo de la era
cristiana un foco cultural característico del área
celtibérica, sin puntos de contacto, aparentemente, con el
mundo vasco.
Dicho esto, no puede descartarse totalmente
la posibilidad de que la colonización lingüística
y material de tipo indoeuropeo haya afectado profundamente a las
zonas bajas e intermedias del Tirón, más apropiadas
para la creación de asentamientos urbanos, mientras que en
el sector montañoso pudo haber seguido perviviendo entre
las gentes un substrato indígena de raigambre vasco-ibérica.
Caro Baroja llamaba la atención
a este respecto apuntando hacia la existencia de ejemplos de hibridación
vasco-céltica, notificados por los catálogos toponímicos
recogidos en el ámbito territorial de nuestro estudio. Este
hecho llevaría a presentar la hipótesis de que en
la apartada región de La Demanda se conservaron lenguas y,
tal vez, estructuras sociales y creencias prerromanas. Y esto a
pesar de que en los aspectos materiales el impacto romano parece
haber sido profundo en las cabeceras de los ríos Oca y Tirón
13.
Otros autores han propuesto buscar
solución al problema histórico que plantea el vascuence
toponímico en nuestro territorio acudiendo a la idea de movimientos
de repoblación que habrían ocurrido en los siglos
finales del imperio romano, en época visigótica 14
o en los siglos altomedievales 15, coincidiendo
en todo caso con etapas de inseguridad y vacío de los poderes
políticos centrales y de fuerte crecimiento poblacional en
el País Vasco 16.
En apoyo de las hipótesis repoblacionistas
más antiguas, defendidas entre otros por L. Michelena, es
interesante advertir ahora de la vigencia toponímica del
arcaísmo Corociga (San Clemente), un término encuadrable,
en opinión de algunos filólogos vascos, en la época
visigótica. De acuerdo con ellos, el actual vocablo vasco
para designar la cruz -curuzt- desplazó a partir del siglo
VIII a formas en "o" que, además del ejemplo anterior,
encontramos entre los nombres de varios parajes del valle del Oja:
Corocia (Ezcaray), Croziba (Zorraquín), Croziera (Santurdejo),
Corociga (Ojacastro) y en el de la fuente Cosoros-tde un trasliterado
Coroso?- del monte comunal de Masoa, en Belorado 17.
Sea como fuere, el hecho indiscutible
es que los primeros documentos conocidos que hacen referencia a
la zona -siglos VIII, IX y XV- notifican ya la existencia de una
sociedad en la que habían cristalizado rasgos idiomáticos
vascos. Estos primeros testimonios escritos designan diferentes
decanías pertenecientes a los monasterios de San Félix
de Oca o de San Miguel de Pedroso -Et sexta decdnia, Sancti Saturnini
de Egizuza... Et septima decania, Sancti Andres de Faiago 18;
... offerimus unum monasterium pernominatum Sanctum Laurentium,
in monte Massoa... 19-; agostaderos de la
sierra -In Larchederra una bacariza. In valle Zarratone una bacarizd
20... et ad gubernationem armentorum Lalhederrd
et Gumenzula in serra 21- y cañadas,
perfectamente delimitadas, para el aprovechamiento pastual de los
ganados de esos mismos centros monasticos: "... in locis determinatis,
id est sicut accipit in Ocharannna... " 22.
En ocasiones aparecen vasquismos nombrando mojones y lindes, que
pueden ser una fuente -id est de illo fonte qui vocatur Lamiturri...-,
o una ermita -ubi iungitse cum supradictd viam super S. Johannem
de Zavalla 23-. En relación con estas
primeras huellas toponímicas debe resaltarse, primero, que
la mayoría siguen vigentes y, en segundo lugar, que se concentran
en el espacio montañoso comprendido entre el camino de Santiago
y la línea de cumbres de la sierra de La Demanda.
Precisamente muy cerca del camino
de Santiago, en San Miguel de Pedroso, un barrio anexo a Belorado,
tuvo lugar en el año 759 la oficialización del pacto
por el que Nonna Bella y otras veintisiete monjas se comprometieron
a vivir en comunidad. Un número suficiente de antropónimos
como para que la muestra pueda ser considerada un reflejo de valor
estadístico de aquella sociedad. Si el argumento onomástico
tiene valor historiográfico, puede concluirse de este dato
que estamos ante una comarca en la que, en aquella fecha lejana,
había precipitado una sociedad que compartía elementos
culturales hispanoromanos, germánicos y vascos. Junto a las
Clarea, Susanna o Gontruda encontramos los siguientes nombres de
raigambre vasca: Amunna, Monnia, Eilo, Munnoza, Anderazo, Munnata,
Mumadonna, Anderquina 24.
Aunque el registro onomástico
de una lengua en una sociedad no implica necesariamente el uso de
ese idioma por la población, las alusiones antroponímicas
vascas son múltiples, v.g. en 1007 el cartulario de San Millán
refiere: "et de parte dallende est una terra de Munnata; et
de sursum est terra de filios de Zidurra de Oka...". Abundando
en la misma idea, los textos de los documentos emilianenses se nos
ofrecen cargados de Eitas y Amas 25.
La realidad plurilingüe de la comarca en el medievo queda notificada
además por la concesión a sus habitantes, por parte
del rey Fernando III, del privilegio (1235) de deponer en vascuence
en las vistas judiciales. Tal fuero asistía al menos a los
vecinos de Ojacastro, según se lee en una fazaña rescatada
del olvido en su archivo municipal: "Esto es por fazanya que
el Alcalde de Oia-castro mando prender Don Muriel que era merino
de Castiella, porque juzgara que el uno de Oia-castro si le demandase
ome de fuera de la villa, que el recudiese en bascuence. Et de si
sopo Don Muriel que tal fuero habian los de Oia-castro e mando dexar
e dexaronle luego que juzgase su fuero "26.
Habían transcurrido ya muchas
décadas desde que un glosador anónimo del monasterio
de San Millán delató su condición de vascoparlante
escribiendo en los códices anotaciones marginales en ese
idioma. Restos, incluso expresiones directamente vertidas de la
misma lengua, se descubren también en retazos de la vida
cotidiana reflejados en las obras de Gonzalo de Berceo; es el caso
de la máscara que asusta a los niños en algunas fiestas
populares cuyo nombre, don Bildurr don Miedo, nos recuerda el riojano.
Son trazas, el eco desgastado de una lengua como aquella con que
los habitantes de la comarca apodaban a su señor, el conde
de Grañón (García Ordoñez): Uyarra 27.
Y, sin entrar en más pormenores,
debemos aportar algunos términos actuales, de uso no general
en castellano, que confinados en un inexistente diccionario de dialectología
confirmarían la pretérita influencia del vascuence
en el habla de la zona: ezcarro: arce, anabia: arándano,
mocha: tronco pequeño, zarra: picote, charramiga: rosal silvestre,
gazuza: hambre; zarria: gente ordinaria; ¡Aida!: ¡Arre!
28, y otros menos transparentes.
EL LEGADO
TOPONÍMICO VASCO: ACTITUDES, COLECCIONES Y NOTAS LINGÜÍSTICAS
Con el objeto de
distorsionar realidades molestas para tal o cual sector intelectual
o político se constatan distintos tipos de manifestaciones,
contradictorias pero hermanadas por su resistencia a aceptar el
hecho social en sí, el documento histórico. A un primer
grupo pertenecen algunas formas espúreas que encuentran asiento
en los, por otra parte, excelentes mapas cartográficos militares
1:50.000. En estos mapas se ven casos tales como un imaginario Fuente
de las Lácigas que quiere traducir al castellano el nombre
genuino del lugar, Lamicuturre 29.
La difícilmente aceptable presencia del acusado vasquismo
en estas tierras del corazón histórico de Castilla
debió de llevar a los autores a "suavizar" también
un Anabiza y transformarlo en El Anabial.
En
esta línea de pensamiento, tendente a minimizar la huella
del vascuence, se pueden incluir los hilarantes argumentos populares
que atribuyen los nombres de lugar en esa lengua a unos pastores
vascos que vinieron en el pasado o a los leñadores
vascos que tiraron los hayedos. Disparates sin importancia
que mezclan lo cómico y lo fantástico y cuyo único
sentido puede estribar en la sonrisa que nos provoquen, como aquel
que justifica los nombres de parajes en vascuence de la zona próxima
a Valgañón por la influencia de los ingenieros
vascos que diseñaron a principios del siglo XX la carretera
de Fresneda y bautizaron en vascuence los montes y pagos por donde
pasaba.
Una línea semejante de pensamiento
parece subyacer también en la reflexión que, en forma
de lamento, expresaba, en un artículo escrito en vascuence,
un viajero buen conocedor del idioma. Para el articulista suponía
todo un contrasentido la, en su opinión, casi total inexistencia
del vascuence toponímico en poblaciones como Caparroso, Tudela,
Cintruenigo y, en general, en toda la Ribera navarra mientras que
pervive con una descarada exuberancia en La Demanda, en palabras
del responsable del trabajo En la Castilla del Cid y de Machado.
Centrando de nuevo el tema vemos que,
en una tierra que asistió en primer lugar al balbuceo del
romance castellano, sobrenadan aún muchos vasquismos toponímicos
que nos hablan de su complejidad lingüística e histórica.
Expondré una serie de ejemplos suficientemente larga, pero
de ninguna manera exhaustiva, relacionados con elementos destacados
del paisaje y algunos topónimos mayores:
Nombres de pueblos:
Arraya, Cerratón, Ibeas, Zalduendo, Galarde, Uzquiza, Urrez,
Ezquerra, y algunos otros menos claros: Turrientes, Puras (tal vez
un derivado de ura, por ser la característica más
definitoria de este lugar la abundancia de manantiales), Eterna
(documentado como Heterrena en 945), etcétera.
Bosques y otros fitónimos:
Bagaza, Ayago, Bagadia, Vallaricha, Ezquerrarana, Arcea, Urrecia,
Urracia, Sagastia, Aranguna, Valdizarga, Iraza, Anábiza,
Esquiza, Ezquízago, Esquijarana, Ezcarreticia, Escarna, Urquidia,
Urquiza, Orquiza, Orquízalo, Ezcarro, Amezia, Juarros, Masoa,
Basua, Basandia, etcétera.
Prados y pastizales:
Larraederra, Larrabota, Larrea, Larriana, Larrabera, Remendia, Larruanda,
Larreguna, Larralda, Rabidea, etcétera.
Fuentes:
Lurias, Landeleturria, Leturrias, Turrioza, Turbero, Torroberias,
Las Turrieldes, Turraldea, Cañagaiza, Chartequeturria, Iturrioz,
Turibero, Turrungaña, Berrungaña, Maceturri, Chiquiturria,
etcétera.
Peñas y salientes rocosos: Rózola, Lejarte, Chúrguina,
Lasártigo, Esputo (Aizpuru), etcétera.
Vallejos:
Arangurnia, Arangutia, Circoaraña, Cortarana, Ezquerrarana,
Muñarana, Arrearana, Cañarana, Arana, Alticuarana,
Sotarana, Aliarana, Gutillarana, Libardearana, Mujeraña,
Esquijarana, Chaviscuarana, Zunzunarana, Susarana, Chibilliarana,
etcétera.
Pero no debemos limitar nuestro quehacer
a la simple exposición de un cuantioso número de materiales.
Hay topónimos que arrojan mucha luz sobre la profundidad
del calado social de la lengua a la que pertenecen, sobre los universos
mentales de los hombres que los crearon. De la penetración
psicológica del vascuence en la sociedad medieval que ocupó
las tierras del Tirón y el Urbión, también
las del Oja y las de la cabecera del Arlanzón, dan fe los
nombres de pagos que hacen referencia a la cruz: Crucialda, Cosoros,
Corociga, Curzaraña, etc. (en estos puntos era costumbre,
hasta hace unos años, colocar cruces de madera destinadas
a la protección de los sembrados) y, más aún,
los que se remontan a un tiempo en el que permanecían vivas
las creencias en personajes mitológicos como Mari y las lamias,
considerados hasta ahora exclusivos del área administrativa
vasco-navarra: Anderiturri (San Vicente, 1145)]°, Marichinea
(Pradoluengo), Marichicua (Pradoluengo), Mariota (Tosamos), Marijeño
(Santa Cruz), Mari Señora (Tosamos), Laminturri (Espinosa
del Monte, 945) 31, Lamicuturre (Santa Cruz),
etc. Sorprende además la supervivencia de étimos relacionados
con el fenómeno tardío de la brujería: peña
Churguina (Rábanos) 32.
La lectura de los catálogos
toponímicos permite identificar fenómenos puramente
lingüísticos como la palatalización de la l-;
se ve en el ejemplo, varias veces repetido, de la transformación
de zabala en zaballa y en el de artola en artolla-
y otras evoluciones discrepantes de la norma, caso de la conversión
fonética de la k en ch (Ocarana—Ocharana). Hay arcaísmos
como el anteriormente citado corociga y algunas equivalencias
acústicas: m=b (masoa=basua).
Otra cuestión fundamental de
este proceso fonético es la de la hibridación. Se
atestigua en numerosas formas que fueron tomando prefijos y sufijos
del castellano a medida, imaginamos, que el uso del vascuence fue
perdiendo implantación social. Podemos comprobar históricamente
esta evolución con el ejemplo, recogido en Villagalijo, de
un zaballazu 33 conservado en la
actualidad como zabálitas. Se pueden anotar varios ejemplos
más: cañarana, cañagaiza, mendequillo, el mendico,
vallegorria, valaricha, regutia, alticumbea o, por poner fin ahora
a una lista demasiado larga, Valjubí (¿vallejobi?).
Es notable la composición que se presenta en arcea
-recogido en el valle de San Vicente- considerando la excepcionalidad
que supone el haber sido la voz castellana -arce- la que ha quedado
vacía de contenido en beneficio de la forma viva actual "azcarro".
La corrupción es de una gran
riqueza y variedad. El olvido progresivo de la lengua entre unas
gentes que no escribían deformó los vocablos, eliminó
sílabas, creó híbridos y buscó en el
castellano equivalencias sonoras que explicaran términos
cuyo significado se había perdido. He aquí unos cuantos
ejemplos: fuente oraciona, tal vez de un pretérito
uranciona; araña, mugaraña, solaraña, que no
son sino derivados de arana, y mulalarto
de un mugalarto. Casi irreconocible parece el proceso seguido por
un arrilucea 34 que ha evolucionado
hasta dar roncea. Las grafías erróneas pueden llevar
a la equivocación como en los numerosos derivados de larra:
La Rea, La Rabera, La Rabidea, (L)Arrearana, etc., hasta llegar
a un caso de ultracorrección documentado nada menos que en
el siglo XIV. Se trata del nombre de un monte, conocido hoy como
Remendía, que un escribano real puso, en el siglo
XIV, como Ruy Mendía 35. El
afán ultracorrector del autor le llevó a transcribir,
entre otros, vocablos como La guilleza por el genuino Cabeza
Eguilaz o Ziharla por Ciárrula.
La progresiva degeneración
lingüística convirtió en nombres propios lo que
no fueron más que vocablos genéricos utilizados por
el sistema descriptivo de la toponimia: La Bizcarra, La Lucea,
La Cruz de la Olaria. Fijémonos para terminar en el
caso excepcionalmente rico de la evolución de un zarracitas
convertido por la labor demoledora del tiempo en un hagiónimo
imposible, San Asitas 36.
Por último, merece la pena
anotar las simples traducciones -Vallejo la cueva por chovaharan
37, el campo de San Juan por San Juan
de Zaballa 38, valloca por ocarana
39 y, más recientemente, el anabial
por anabiza, son algunos ejemplos- y la sustitución
de vasquismos por formas castellanas cercanas a la comprensión
de las gentes: "el reventón", nombre moderno de
un valle documentado anteriormente como muñarana
40.
EL VALLE
DE SAN VICENTE
Ya dijimos más
arriba que, sobre el trasfondo castellano de la mayoría de
los nombres de pagos, la vigencia de los vasquismos se hace más
visible en el área montañosa de la zona. La irregularidad
de la distribución territorial es tal que el arco porcentual
abarca desde los cero registros, en los pueblos ubicados al norte
del Camino de Santiago, hasta ¡más del 20%! del total
del repertorio en lugares acomodados al pie de la sierra, vg. Fresneda
o Santa Cruz.
Y eso, tal vez, por dos razones: la
primera, por el impacto uniformizador que tuvo el Camino de Santiago
en la cultura y la lengua de todas las poblaciones que, por el norte
de la comarca, se asoman a su discurrir, y la segunda, por la explicable
relación entre el carácter comunal de un paraje, un
monte 41, una dehesa, un prado, la cima de
una montaña, una peña o una fuente, y el poder inercial
de su denominación. Ya se sabe: bienes del común,
bienes de ningún, razón que afecta incluso al
topónimo del lugar al estar resguardado, por su propia naturaleza
jurídica, de transacciones comerciales e, incluso, de cambios
físicos que podrían inducir a la mudanza de su nombre:
deforestación, dedicación al cultivo agrícola,
cambio de propietario, etc. Un ejemplo reivindicativo de esta propuesta
lo encontramos en Monte la Casa, el hayedo comunal de San
Pedro del Monte y Eterna, cuyos cuatro vallejos se conocen como:
Arnangutia, Zuarta, Olleta y Val de Bustos.
Así ocurre en un espacio geográfico
bien definido: el valle de San Vicente 42.
En el valle subsiste todavía un buen número de labrantíos
y montes, comunitarios en jurisdicción y aprovechamientos
pastuales y forestales de las aldeas que lo constituyen y los pueblos
limítrofes. Hoy forman parte de esta vieja comunidad
de valle las pequeñas localidades de San Vicente, Santa
Olalla, Espinosa del Monte, Villagalijo, San Clemente y Ezquerra,
que se estructuran administrativamente en dos ayuntamientos asentados
en San Vicente y Villagalijo. Fresneda y la aldea despoblada de
Pradilla formaron parte en el medievo del concejo general del valle,
aunque desde finales del siglo xv, y tras un larguísimo litigio,
la primera consiguió la exención del villazgo de Cerezo
y, consecuentemente, la separación del resto de las localidades
de la antigua colectividad. Cuestión básica para comprender
la historia de la zona es la indiferenciación social de que
gozaron sus habitantes, todos pertenecían al estado general,
a lo largo del Antiguo Régimen.
Adheridos a la piel de este nicho
geográfico sobreviven las más viejas esencias de un
comunitarismo apenas desarticulado y con ellas elementos vascos
variados y, por supuesto, muy valiosos: chaburtun, ironda, arnangutia,
valdigurena, chivilliarana, larruanda, martíncelaya, ubarra,
landeleturrid, garaldea, garatia, bedarcula y muchos más.
El destino no ha mostrado su predilección
por el valle que agoniza hoy empujado por una despoblación
que amenaza con vaciar sus tierras de gentes. Para esta zona queda,
sin embargo, la preferencia de la historia documental en las oscuras
centurias de los siglos Ix, xi y xIi; todo ello debido a la estrecha
y continuada vinculación de los valles del Tirón y
el Oca con la abadía de San Millán de la Cogolla que
absorbió los monasterios comarcanos de San Félix de
Oca y de San Miguel de Pedroso y todas las decanías
dependientes de ellos 43. En el cenobio riojano
se han conservado cientos de escrituras notariales de la época,
con mucha frecuencia relacionadas con la comarca, que registran
donaciones particulares -pro remedio animarum nostrarum-
de tierras de sembradura, de viñas, de libros, vasos cultuales,
casas o derechos de pastos y leñas. En estos diplomas se
anotan, a veces prolijamente, los nombres de los testigos de la
cesión, los topónimos de las fincas objeto del otorgamiento,
los de los linderos, etc. Una lectura atenta revela también
notas relativas a la estructura social y económica, a las
unidades de medida utilizadas, al avance de la colonización
en las áreas forestales, a la red viaria o a la antroponimia
de sus habitantes. Recogidos en los famosos cartularios emilianenses,
constituyen una potente fuente escrita para intentar desvelar la
historia de la cotidianeidad, un rayo de luz entre la asfixiante
penuria documental.
TOPONIMIA MAYOR DEL VALLE
DE SAN VICENTE
Como una original
y modesta contribución al esclarecimiento de la cuestión
del vascuence toponímico en las cuencas altas del interfluvio
Tirón-Urbión, quiero aportar ahora la documentación
que soporta los nombres medievales en vascuence de los pueblecitos
del valle de San Vicente.
El primer documento que traemos está
fechado en 1081 44. Se trata de un diploma
que contiene la donación de las heredades fundiarias de una
familia - Vita Gomiz aparentes nostri et filii Blasco et Munio-
en beneficio de un pequeño monasterio (individualizado por
el autor de este trabajo en un área forestal comunal, propiedad
del valle de San Vicente y Belorado, el antiguamente llamado monte
Masoa o Basua). El monasterio, puesto bajo la advocación
de San Lorenzo, recibió cinco tierras situadas en la jurisdicción
de Espinosa del Monte, dos de ellas cerca del camino de carros que
une, aún hoy, Espinosa et Sanctum Vincentum de Pinna,
población conocida en la actualidad como San Vicente. Bajo
el nombre del santo titular de la iglesia del lugar quedó
oculta, como vemos, una anterior denominación del pueblo:
Peña 45.
Peña es un buen ejemplo del
potencial descriptivo de la toponimia, pues en la geografía
física del valle, también en el pasado en la espiritual,
es la roca uno de los elementos descollantes del paisaje. La Peña
del Rayo, que así se llama, es un solar numínico
donde se produjo in illo tempore la unión de las
potencias celestiales y terrestres, expresada plásticamente
a través del rayo y la roca hendida. Junto al elevado saliente
rocoso se construyó más tarde una ermita dedicada,
con acierto, a Santa Brígida.
La cuestión lingüística
que nos ocupa, la hipótesis de un bilingüismo medieval
vasco-castellano, seguirá presentando muchas aristas pero,
por si habría de despejarse alguna duda, una carta de otorgamiento
de bienes, fechada en 1139 46, conduce directamente
a confirmarla: la escritura notarial concedía a la abadía
benedictina de San Millán la iglesita de San Vicente de Pinna
y todos los bienes anexos a ella. La donante, una noble de la que
únicamente conocemos su nombre, Urraca, vivió recluida
precisamente en una celda construida entre los pobres muros del
edificio. De acuerdo con el escribano, a la firma del documento
asistieron como testigos, entre otros, el señor del valle,
el arcipreste de Fresneda, el merino y todos los vecinos de "Ordunie":
Garsias Fortunionis, dominans toti valli Sancti Vincentii, confirmans.
Gomesanu GonÇalvez, merinus in valle Sancti Vincentii, testis.
Ennecus, archipresbiter de Frexeneda, testis. Sanchon
de Espinosa, testis. Tota Ordunie vallis Sancti
Vincentii testes. Tenemos por tanto los nombres en vascuence
y castellano que tenía la capital del valle en el siglo XII:
San Vicente de Orduña-San Vicente de Peña.
La huella histórica dejada
por esta desconocida Urraca, a quien suponemos miembro de la aristocracia,
funcionó como un insospechado hilo conductor que nos llevó
a desvelar los olvidados nombres vascos de otras tres aldeas del
valle. Las fuentes emilianenses habían dejado constancia
expresa de su actividad piadosa en un diploma anterior, datado en
1129 47, que recoge la cesión a San
Millán de sus propiedades sitas de Barhoa usque ad semitam
de Elorzaha.
Debe decirse, antes de continuar,
que la presencia como testigos notariales del prior de San Miguel,
don Íñigo de Fresneda, y de otros vecinos de Santa
Olalla, San Vicente, Pradilla, Villagalijo y Espinosa despejan cualquier
duda que pudiera surgir sobre el contexto geográfico al que
se refiere este ofrecimiento de Urraca: el valle de San Vicente.
Por otra parte la utilización por parte del redactor del
documento de un camino, convertido hoy en estrecha carretera local,
como referencia para situar las heredades objeto de la cesión,
nos ha permitido ubicarlas con precisión en los pagos rústicos
que se extienden entre Santa Olalla-Baroja y Espinosa-Elorzaha.
Contamos además con una posterior (1145) carta de confirmación
real de las concesiones de la reclusa. En ella se menciona la iglesia
de San Vicente y una serna Anderiturri, sub Spinosiella et super
Tiron enna solana 48 a la que las anteriores
precisiones topográficas invitan a identificar con la donación
de 1129. La fuente, llamada hoy fuente la Inturria, se localiza
efectivamente junto al camino antes citado, muy cerca del río
Tirón, más o menos hacia la mitad de la distancia
que separa las dos localidades mencionadas.
Hay en la presencia documental de
testigos de todos los pueblos del valle 49
una referencia indirecta a la fuerte solidaridad interna de la comunidad
de valle, un dato que permite aproximarnos, siquiera mínimamente,
al funcionamiento y organización de aquellas colectividades.
Acudieron a la firma Domnus Ennecus de Fraseneda, prior Sancti
Mikaelis, Bela Sancius de Frageneda, Galindus Munnius et Iohannes
Munnius de Sancta Eolalia, Iohannes de Gaga de Sancti vincentii,
Sango Cide de Pradiella, Iohannes Petro de Pradiella, Gomiz de Larrinhetago
de Villagariguri et Garsia Iohannes de Spinosa. Es esta aproximación
a las identidades campesinas la que nos permite de nuevo valorar
el topónimo vasco del actual Villagalijo, Villagariguri.
El tradicional planteamiento metodológico
de los amanuenses de la abadía ha venido despojando de importancia
a la parte del documento que transcribe los nombres de los testigos.
A partir de esta falta de preocupación de los sucesivos copistas,
algunos topónimos mayores quedaron sin actualizar en las
fuentes a medida que el vascuence fue quedando en el olvido. Por
ello es necesario un cambio drástico en la lectura de estas
partes "marginales" del documento, una mayor atención
que nos pueda llevar a nuevos hallazgos. Así se ve en este
sorpresivo Gariguri que vierte al vascuence, o desde
el vascuence, otras formas documentadas en romance: villa Alisco,
Villaliggo, etcétera 50.
Entre los topónimos mayores
de la zona algunos están ligados a las características
generales del paisaje vegetal, otros muestran referencias a especies
vegetales concretas. Es particularmente interesante la alusión
al fresno en tres casos -Fresno, Fresneda y Fresneña- ya
que constituye una clara indicación de la mayor abundancia
de estas formaciones boscosas en el pasado. Hoy todavía se
ven alineados, aguas arriba de Fresneda, en los barrancos que alimentan
las fuentes del río Tirón. Otra vez son las actas
notariales de San Millán de la Cogolla las fuentes escritas
donde encontramos recogido el equivalente vasco del fitónimo:
Lizarraga. En un primer documento (1022) 51
asistimos a la acostumbrada entrega de bienes a un monasterio, en
esta ocasión a San Miguel de Pedroso, por parte de algunos
campesinos de Spinosa, Villagalisso y Lizarraga: et sex agros
quos miserunt Mer Beila et Munnio Sanchoz et Alvaro Garceiz et Sancio
Garceiz et dompus Munio de Lizarraga. Seis años
más tarde el rey de Navarra, Sancho, cedió a San Millán
el señorío y la exención fiscal de varios pueblos
comarcanos: Lizarraga quarta pars, Eterrera quarta pars,
Barticare quatuor casatos, Sancti Petri duos casatos; in Avellanosa
duos casato...52. El entorno comarcal
en que se desenvuelve la primera donación y el probable ordenamiento
geográfico de las aldeas en la segunda parecen apuntar por
tanto hacia la identificación de Lizarraga con Fresneda.
No obstante la, a mi entender, confirmación definitiva de
esta hipótesis viene de la mano del nombre interrumpido de
un riachuelo, conocido hoy como río de San Julián.
Hasta el siglo xix esta pequeña corriente de agua era llamada
en San Pedro del Monte como río Zarga 53,
es decir, recurriendo al recurso habitual de nombrar los riachuelos
con la denominación del pueblo donde están sus fuentes
o por donde más arriba fluyen sus aguas, en este caso por
Zarga—Lizarga— Lizarraga= Fresneda. Un dato más:
un sendero de montaña que comunica la aldea de Avellanosa
con Fresneda se llama actualmente Valdizarga.
Al borde del camino que une los valles
del Tirón y del Oja, y dominando desde las alturas del monte
todo el valle, se mantienen aún los muros de la iglesita
de Pradilla. El lugar, que estuvo habitado hasta hace unas décadas,
formó en el medievo parte de la comunidad del valle de San
Vicente y, hasta la extinción de los villazgos, fue aldea
de Cerezo. Los muros arrumbados del pueblo se extienden ocupando
un extremo de un enorme pastizal llamado Larrea. La semejanza entre
los contenidos semánticos de Larrea y de Pradilla,
y la tendencia a llamar a los lugares de muy escaso vecindario en
diminutivo, hacen muy tentadora la hipótesis de que el poblado
haya sido conocido indistintamente con ambos topónimos.
Una validación, bien que indirecta,
de esta propuesta la encontramos en las ordenanzas municipales de
Ojacastro del año 1528 54. Es en esta
época cuando comienza a extenderse el uso de los actuales
apellidos, tomados con frecuencia del nombre del pueblo de procedencia
de cada individuo. Ese es el origen de los Puras, Urizarnas, Uyarras,
Espinosas, Ezquerras, Mozoncillos, Fresneñas y otros muchos
apellidos de la zona. Pues bien, en el acto solemne de promulgación
de las citadas ordenanzas hallamos como testigos, entre otros, a
los vecinos de Ojacastro: Juan de Zabarrolla (sic), Pedro de Valgañón,
Bartolome de Zaldierna, Francisco de Uruzarna (sic), Juan de Uyarra,
Pedro de Anguta -nombres todos de aldeas cercanas- y, respecto a
lo que más nos interesa ahora, a Juan de la Rea, Diego
Martínez de la Rea, Pedro de la Rea de Amunartia y Francisco
de la Rea de Amunartia 55. Inadvertidamente
el escribano que redactó la normativa municipal dejó
constancia escrita de la existencia de dos poblaciones con el nombre
de Larrea, una de ellas la aldea de Ojacastro, inmediata a Amunartia,
y la otra, probablemente, la que más tarde se conoció
como Pradilla.
Y, en fin, nos queda Ezquerra.
La aldea, asentada a la salida del valle de San Vicente, aguas abajo
del Tirón, trae su nombre del arce menor (Acer campestre),
azkarra en vascuence y ezcarro o azcarro
en el habla cotidiana de los habitantes de la zona. El carácter
concreto del nombre del lugar, el arce, sugiere en nosotros
la singularidad, sin duda el tamaño colosal, de un árbol
existente en el siglo X 56, en un área
donde la especie sigue siendo especialmente abundante.
LABURPENA
RESUMEN
Este trabajo se centra en el estudio de la singular
toponimia vasca recogida en los valles altos del interfluvio Tirón-Urbión
y del río Oca (Burgos), a través de la cual el autor
propone la hipótesis de un bilingüismo vasco-castellano
que se hubiera mantenido en la zona hasta los siglos finales de
la Edad Media. El artículo no se limita a la exposición
de un gran número de vasquismos del catálogo toponímico,
sino que ahonda en cuestiones lingüísticas referidas
a fenómenos de hibridación, traducción o,
sencillamente, sustitución de las primitivas formas vascas
y, lo que es más importante, en las reflexiones intelectuales
que este hecho histórico ha generado.
Después de atribuir la insólita permanencia de centenares
de vasquismos a la existencia de un gran número de espacios
comunales repartidos por la geografía estudiada, se desvelan,
acudiendo a diversas fuentes documentales y, fundamentalmente,
a una nueva lectura de los diplomas recogidos en el cartulario
de San Millán de la Cogolla, los nombres en vascuence de
las aldeas de un territorio reducido, ubicado al sur de la comarca
de Belorado, bajo las montañas de la sierra de La Demanda:
el valle de San Vicente.
Después de un olvido de siglos salen a la luz las viejas
denominaciones de Fresneda-Lizárraga, San Vicente de Peña-San
Vicente de Orduñe, Espinosa-Elorzaga, Santa Olalla-Baroja,
Villagalijo-Gariguri y Pradilla-Larrea, para acompañar,
de nuevo, al milenario nombre vasco del pueblecito de Ezquerra.
arriba
1. En esta idea han conocido, a lo
largo de los siglos, geógrafos, naturales del país
y viajeros. Fray Mateo de Anguiano decía muy a principios
del siglo XVIII; (La Rioja) es un valle… que comienza desde
Villafranca Montes de Oca hasta la Villa de Ágreda. Todas
las poblaciones que se contienen en dicha demarcación son
pertenecientes a dicha provincia y sus naturales son y se llaman
riojanos en estos tiempos.
2. La feria de Belorado es la más antigua,
entre las documentadas, del antiguo reino de Castilla. Su celebración
se notifica en el fuero concedido a la villa, en 1116, por el
rey navarro-aragonés Alfonso I.
3. Menéndez Pidal, R., El idioma español
en sus primeros tiempos.
4. Ortega Galindo, J., "Belorado: Estudio de
una villa en la Edad Media", Estudios de Deusto, Bilbao,
1954.
5 "Que fue de bitas, de Villa Foratu"; 1054.
Cartulario de San Millán.
6 "Conquiretur etiani de Belforazt, quod imperator
reddiderat regi Garsiae patri suo, et eo mortuo, idem imperator
abstulit illud Sandio, nunc regi navarrae tunc habenti et in pace
possidenti tanquam suam, propiam haereditatem". Tomás
URZAINQUI, La Navarra Marítima. Ed. Pamiela.
7 El autor ha recogido en torno a seiscientos vasquismos.
8 LECUONA, Manuel de, "Notas Toponimicas de La
Rioja. El nombre de la cruz en la toponimia rioana'; en Gonzalo
de Berceo, 1953. TOVAR, Antonio, Lenguas y pueblos de la Antigua
Hispania. Fray Valentín de la CRUZ, Santa Cruz del
Valle Urbión. Véase la duda del autor: "Pero
las gentes que aquí vivían antes de la llegada de
los romanos hablaban un lenguaje ibérico con obligadas
semejanzas con el eusquera que por su mayor aislamiento no se
borró con la romanización. También pudo ocurrir
que esos nombres los trajeran los repobladores del siglo IX...
A esta empresa (la de la repoblación) se sumaron muchos
vascos".
9 Destaca entre todos ellos la tesera hospitalis
hallada en el poblado romano de La Mesa, en Belorado. El bronce,
en forma de pez, contiene un texto en lengua celtibérica
y caracteres ibéricos. Se conocen también fíbulas
de caballito, enmarcables perfectamente en el ámbito celta,
y un par de pendientes dorados procedentes del poblado cerezano
de Segisamunculum. Las escasas monedas de cuyo hallazgo
tenemos noticia fueron acuñadas en conocidos talleres del
ámbito celtibérico, las entidades emisoras inscritas
en los epígrafes se refieren a ciudades como Turiasu
o Bolskan, o a grupos étnicos, a veces de incierta
identificación (Sekobirikes, etc.). En uno de los ejemplos
aparece la ceca pamplonesa Barskunes. Nota del autor.
10 A pesar de las imprecisiones, las fuentes literarias
romanas transmiten, entre el siglo 1 a. C. (Estrabón) y
el II d. C (Ptolomeo), la idea de que la región situada
inmediatamente al norte de las montañas de La Demanda formaba
parte del área lingüística indoeuropea. A este
respecto no debemos olvidar los topónimos mayores de las
ciudades de Tritium, Libia, Segisamunculum (Cerezo de Río
Tirón) o Virovesca.
11 Entre la nómina fluvial hemos encontrado
la raíz céltica -oña = agua en varios ejemplos:
Redoña (Belorado), Maroña (Fresneda), Vichoña
(San Clemente), Pichoña (Eterna), Rodaño (Villambistia)
o Valdoña (Villafranca); con el mismo sentido genérico
de corriente de agua se ve documentado (863, 869 en el Cartulario
de San Millán: 978 en el de la catedral de Burgos; 1319
en el de Las Huelgas) el río Vesga, el actual río
Oca. También hemos apuntado un par de ejemplos de riachuelos
cuyos nombres se presentan como derivados de la raíz indoeuropea
aw- "mojar, fluir ". El primero corresponde con el arroyo
de Valdeabuelo, en Villafranca, denominación que
no ha sufrido modificación desde su aparición en
un documento emilianense del año 869: ...id est de
Val de Avuelo quantum potest portare cotidie cum uno carro et
uno asino et cunctís fratres qui ibidem sunt in humeris
eius. Emparentada filológicamente con el anterior
está la forma Abanza, recogida en Santa Cruz.
Aquí se reconoce el anterior radical celta aban-
unido al abundancial vasco -tza. Nota del autor. Para
el río Tirón dice la filóloga Aurora Fernández:
"Para el primero (el Tirón) se impone una vinculación
a la raíz hidronímica indogermánica Ter/Tor/Tur
con el significado original de corriente de agua que baja de la
montaña, probablemente unido al sufijo celtico -onno =
agua". "Toponimia documental de la Rioja Burgalesa en
los siglos xiv, xv y xvi", publicada por la Sociedad Quinto
Centenario del Tratado de Tordesillas.
12 He aquí, a modo de ejemplo, una lista de
estos antropónimos: Ambata Medica, Aliono Areico, Ambato
Alebbio, Quemia Maglaena, Segilo Elarco, Vigano Locaeton, Doidena
Celonia, etc. La reducción a Belorado del modelo de estelas
en canto rodado hace pensar, sin embargo, en el traslado de un
pueblo prerromano a nuestro territorio. En el resto de la comarca
no aparecen, en ningún caso, este tipo de lápidas.
13 En Fresneda, al pie de la sierra, ha sido identificada
una villa romana que permanece sin excavar. Asimismo son notables
los restos materiales que indican la existencia de edificios romanos
en San Vicente y Oca. Por otra parte la red de calzadas romanas
y ramales secundarios cubría toda la comarca. Nota del
autor.
14 MICHELENA, Luis, Palabras y textos.
15 CRUZ, Valentín de la, Fernán González.
PÉREZ DE URBEL, Justo, El condado de Castilla.
16 "La llegada a nuestra comarca de contingentes
humanos procedentes del País Vasco y Navarra ha sido una
constante histórica. Durante los siglos XVI, XVIIy XVIIIbuena
parte de los oficios artesanales (carpinteros, albañiles,
panaderos, molineros, tejeros, herreros, etc.) eran desempeñados
por vizcainos" : Ver el trabajo del autor: "Belorado
y su Comarca en el siglo XVIII" Economía,
sociedad y vida cotidiana.
17 M. LECUONA. Op. cit.
18 Cartulario de San Millán. Año 863.
19 Cartulario de San Millán. Año 945.
20 Cartulario de San Millán. Otorgamiento de
aprovechamiento de pastos a San Félix de Oca, 869.
21 Cartulario de San Millán. Anexión
a San Miguel de Pedroso del pequeño monasterio de San Lorenzo
de Masoa, 945. El pastizal de Gumenzula ha sido individualizado
por el autor de este trabajo en el monte de Alarcia, en la sierra.
22 Cartulario de San Millán, 945.
23 Cartulario de San Millán, 945.
24 Cartulario de San Millán, 759. Este es el
documento más antiguo de la colección diplomática
conservada en la abadía riojana.
25 932: Ego Eita Hoco de Salinas dono... Et ego
domna Momadona de Cereso, quator eras que comparavi de ita Hacurio...;
940: Et Eita Feles de Cerezo...; 1009: ...latus vinea de Eita
Alarize, 1083: Alia vinea in Sancta Cruce, latus de Ama Sarrazina.
26 MERINO URRUTIA, J. B., El folklore en el valle
de Ojacastro.
27 Cantar de Mio Cid.
28 La expresión se mantuvo viva en San Pedro
del Monte hasta que desaparecieron los bueyes y vacas de labranza.
29 Recogido junto a Anábiza en Santa
Cruz del Valle Urbión.
30 Cartulario de San Millán, Doc. no 384. Ledesma
Rubio. Las más que probables alusiones a Mari
están avaladas por la naturaleza de los lugares que designan:
cuevas, ermitas, fuentes o pastizales de la sierra. Nota del autor.
31 Cartulario de San Millán.
32 Probablemente de un primitivo Peña Sorguiña.
El castellano tomó del vascuence este término, que
aparece documentado (siglo xiv, Belorado) como Jurguina. En el
catálogo toponímico actual se encuentra referido
en Belorado y Villanasur.
33 Et alias duas terno in Zavallazu supo illam
sernam de Sancio Didaz. Año 1090. Cartulario de San
Millán de la Cogolla, (1076-1200). María Luisa Ledesma
Rubio. Doc n° 201.
34 Archivo Municipal de Belorado. Libro de apeos de
1803.
35 Libro de la monteria de Alfonso XI. Capítulo:
Montes de Burgos y San Millán. Siglo XIV.
En esta obra se anotan otros topónimos que parecen vascos:
Gaenzabala, Velanchas, Veniaga, Gumenzulla, Monestarzala, Viquillanda,
Tagaza (Trigaza), San Martín de Usquiza, Cuesta
Orrizo, Erosdagui, etc.
36 Tomado de la toponimia menor de Espinosa del Monte.
37 Cartulario de San Millán, 1022.
38 Cartulario de San Millán, 945.
39 Cartulario de San Millán, 945: "Ocharanna".
Todavía a mediados del siglo XVIII (Catastro del marqués
de la Ensenada. Libro de respuestas generales de Puras), uno de
los montes de la aldea de Puras se consignaba con este nombre:
Ocarana. Hoy se conoce por Valloca.
40 Libro de apeos, 1803. Archivo Municipal de Belorado.
41 Resulta paradigmático el ejemplo del monte
comunero Lo de los cinco. Esta área forestal,
llamada anteriormente Masoa, abunda en formas vascas: Cosoros,
Arangurtia, Arangurnia, Regútiga...
42 El valle de San Vicente fue una entidad jurídica
que sobrepasaba el marco estrictamente geográfico del valle.
En la figura estaban incluidos además los pueblecitos del
valle del Urbión: Santa Cruz, Soto, Garganchón,
Valmala y Alarcia; y Pradoluengo. En 1591 el valle había
perdido a Fresneda y a la comunidad formada por Santa Cruz, Soto
y Garganchón. Estos tres pueblos, que constituían
un único concejo, fueron vendidos por Felipe ll en 1568
a Francisco de Alvarado. La decisión del monarca, necesitado
de fondos para continuar la guerra contra los turcos, fue el inicio
de un largo litigio con el duque de Frías, su señor,
la villa de Cerezo (este pueblo tuvo el derecho de villazgo sobre
todos estos lugares de la sierra hasta comienzos del XVIII) y
el concejo general del antiguo valle de San Vicente.
43 En 1049 el rey García dio estos monasterios
con todas sus propiedades a San Millán de la Cogolla. Cartulario
de San Millán. Nuevamente en 1054, el rey García
dotó su fundación de Santa María la Real
de Nájera con numerosos monasterios de la comarca.
44 Cartulario de San Millán de la Cogolla (1076-1200).
María Luisa Ledesma Rubio. Año 1081. Doc. no 44.
Becerro, fol, 91-91 v°.
45 Cartulario de San Millán de la Cogolla (1076-1200).
Año 1084. Doc. nO 88. Super Penna
una vinea. Con esta denominación, Peña, o como
San Vicente de Peña, aparece en el cartulario de San Millán
en diplomas fechados en 1081, 1084, 1129, 1137 y 1139. Mª
Luisa Ledesma Rubio, n°: 41, 44, 88, 361, 371 y 375. Del elevado
número de aldeas cuyo topónimo está tomado
del nombre del patrón aldeano -San Clemente, San Pedro,
Santa Cruz, Santa Olalla...- se puede deducir una estrecha relación
entre la reorganización político-administrativa
del territorio y la restauración eclesiástica. A
pesar de todo, poco a poco se nos están desvelando algunas
denominaciones aldeanas sepultadas por estos hagiotopónimos.
Es el caso de la aldea de Belorado, San Cristóbal, a la
que un documento de 1078 Ilama Villa Cortice (CSM, 1078, doc.
n° 12. Mª Luisa Ledesma) y de la pequeña población
de San Torcuato, cercana a Santo Domingo de la Calzada, conocida
en el medievo como Villaporquera. La raíz cort- puede guardar,
según anota textualmente Julio Caro en su obra Vascuence
y Fuero General de Navarra, relación con cohors: residencia.
De ahí corte en romance y corta, borda y gort: corral
en vasco. Conocemos no obstante un ejemplo que puede ilustrar
el proceso inverso; se ve en Bascuñana-Bascuri (CSM, 1089,
doc. n° 191. Mª Luisa Ledesma), aldea a la que las fuentes
de los siglos XVII y XVIII aluden como Bascuñana y San
Tirso.
46 Cartulario de San Millán. Año 1139,
doc. n° 375. Becerro, fol. 103-103v°. Mª Luisa Ledesma
Rubio.
47 Cartulario de San Millán. Año 1129,
doc. n° 361. Mª Luisa Ledesma Rubio.
48 Cartulario de San Millán. Año 1145,
doc. n° 384. Mª Luisa Ledesma Rubio. Espinosilla
es la denominación que los habitantes del valle usan, aún
hoy, para referirse a Espinosa del Monte. La fuente Anderiturri
es mencionada en un documento fechado en 945 (CSM), curiosamente
en esa ocasión se le llama Laminturri.
49 Nos referimos al datado en 1129.
50 Las fuentes emilianenses documentan el nombre de
esta aldea con tantas mudanzas como frecuencia. Desde 945 en que
se lee Villagalisso, vemos el topónimo como Villa Dalisso
(1081), Villa Alisco (1084), Villa Galisso (1090),
Villa Garisso (1095, 1107), etc.
51 Cartulario de San Millán, 1022. Bec. fol.
91. P Serrano. n° 91.
52 Cartulario de San Millán. Año 1028.
Bec. fol. 181v. P Serrano. n° 97.
53 Montes exceptuados de la Desamortización.
1860. Provincia de Burgos. Hasta el siglo XVIII hubo en Belorado
una familia Lizarraga perteneciente al estamento de hijosdalgo.
Una de sus antiguas posesiones se llama actualmente Huerta Zarga
o Zárraga.
54 MERINO URRUTIA, J. B., Ordenanzas de Ojacastro
(siglo xvi), Instituto de Estudios de Administración Local,
Madrid, 1958.
55 Obsérvese que pudieron haber existido dos
lugares, por otra parte muy cercanos, con este nombre. Uno de
ellos, Larrea de Amunartia, fue la aldea de Ojacastro que se registra
en las ordenanzas, 1545, de esa villa riojana. El otro es la Pradilla
que nos ocupa.
56 Cartulario de San Millán de la Cogolla.
P. Serrano. Año 969. Igitur illam villam Ezquerram.
Doc. n° 63.
arriba
LA
TERCERA REDECILLA. UN CENTRO DE PRODUCCIÓN RURAL EN EL TIRÓN
MEDIEVAL
Berceo, 148, 39-53, Logroño,
2005
RESUMEN
La vinculación medieval de la comarca
de Belorado con el monasterio riojano de San Millán ha quedado
reflejada en decenas de diplomas de su conocido Cartulario. No debe
olvidarse que fue en el barrio beliforano de Pedros donde se ubicó
una de sus más ricas "decanias", el cenobio de
San Miguel. Es a través de esta colección documental
como puede atisbarse parte de la realidad socioeconómica,
incluso lingüistica, del Alto y Medio Tirón durante
los siglos X, XI y XII.
El autor de este trabajo, apoyado fundamentalmente
en una carta de donación datada en 1025, de la que se conservan
dos versiones distintas, y en disciplinas como la toponimia y la
arqueología extensiva, ha sacado a la luz un poblado del
valle: Redecilla, abandonado por sus habitantes con anterioridad
al último tercio del siglo XII. En el artículo se
concreta la ubicación del "palatium" del señor,
de la iglesia familiar y de las agrupaciones de viviendas de los
siervos. Todo ello enmarcado en un intento de reconstrucción
de las estructuras jurídicas, demográficas y camineras
de la zona.
Palabras claves: Toponimia, Cartulario, repoblación,
Belorado, Cerezo, Tirón.
Redecilla debió de nacer, en los últimos
años del siglo IX, como consecuencia de la toma militar,
bajo la autoridad de los reyes de León, de los cerros fortificados
de Cellorigo (Vela Jiménez, 882-883), Cerezo (Vela Jiménez,
Tello Ansúrez, 891), Ibrillos (Alfonso III, 896) y Grañón
(899). La perdida del control de estos castillos y la huida o rendición
de sus guarniciones musulmunas, dependientes de los banu-Qasi tudelanos,
ocasionó la incorporación inmediata y definitiva de
los territorios del Oja-Tirón a los estados cristianos del
norte peninsular.
La repoblación de los dominios
del Alto y Medio Tirón quedó para el conde alavés
Abolmondar Téllez, cuya familia era oriunda de la zona próxima
al monte Gorbea. Los Téllez, aliados del monarca leonés
Alfonso III, hicieron del fortín cerezano la sede organizativa
de un amplísimo suburbio, que se extendía desde la
sierra de La Demanda y las zonas boscosas de Juarros y los montes
de Oca, por el mediodía, hasta los Obarenes y las aldeas
del curso medio del río Tirón. Al alcázar de
Cerezo, edificado sobre la colina caliza que da vista al río,
le fue asignada una función política: la administración
de tan vasta jurisdicción. Entre sus defensas se edificaron
iglesias y, podemos suponer, la residencia temporal del conde y
de sus sirvientes, del merino y de algunos notables de su milicia.
Al mismo tiempo, extramuros del burgo militar y desde las ruinas
próximas de la vieja cívitas romana -el puente
romano de Rudera es todavía testimonio de su pasada properidad-
hasta las más alejadas vegas y montañas de la jurisdicción
cerezana, fue precipitando una población de origen diverso,
constituida por los colectivos de agricultores y ganaderos que había
dejado la retirada del Islam, por los nuevos roturadores de tierras,
por los fratres de los numerosos monasterios,
cualquiera que sea el significado que se encuentre tras este término,
en todo caso polisémico, y por algunos magnates, domini
et seniores, a cuyo servicio se encontraban siervos de diferente
condición jurídica. Antes del siglo XII, antes de
que se dibujara la fisionomía urbana de Belorado, la población
donde los lugareños iban a intercambiar sus productos agrícolas
también era Cerezo; lo recuerdan todavía las "carreras
del mercado" que tienen allí su meta.
La pervivencia de elementos prerromanos de origen indoeuropeo
entre los catálogos toponímicos de la comarca abona
la idea de una continuidad poblacional, mantenida a lo largo del
paréntesis testimonial que ocupa el período histórico
que va desde el fin del imperio romano hasta la fundación
del monasterio de San Miguel de Pedroso (759). Se trata, sobre
todo, de hidrónimos: Tirón, Redoña, Valdoña,
Maroña, Rodaño, Pichona, Ruvesga, Vesga, Abanza,
etc.; del potente ejemplo de la colina de Buradón o del
recuerdo medieval del nombre antiguo del monte de San Millán
y las alturas cercanas: Montes Distercios. Datos a los que habrá
que añadir, desde luego, los topónimos mayores de
algunas poblaciones cercanas: Oca, Osmilla, Leiva, Briviesta,
etc.
arriba
La
Comarca de Belorado: toponimia y antropología.
Rufino Gómez Villar. Editorial Pamiela. Ensayo y Testimonio.
2005.
CONTRAPORTADA
"Con frecuencia, cuando tengo
la suerte de charlar con los hombres de la tierra, aprovecho,
en cada pueblo, para ubicar e individualizar algunos nombres de
lugar, los más sonoros, los más sugestivos, aquellos
en los que se intuye un significado profundo o una historia olvidada."
R.G.V.
Buen conocedor de su tierra, Rufino
Gómez recoge y estudia en este nuevo libro la topnimia
y la mitología popular de esas tierras entrañables
de La Riojilla.
Un aspecto importante de la toponimia
recogida, ya adelantada por él en la revista Fontes
Linguae Vasconum, es el referido a la abundante presencia
de términos vascos, especialmente en el valle de San Vicente
y en las zonas montañosas próximas.
Medio centenar de términos, extraidos de la documentación
recogida, sirven de título a otros tantos capítulos
en los que se organiza el libro.
INTRODUCCIÓN
Hace ya algunas
primaveras -recuerdo la estación porque aquel día
estuve escuchando un inolvidable concierto de pecus y picocarpinteros-
tuve un encuentro con Piíto, el de Eterna. Subía,
cabalgando una moto, por el cañal de Buzcarras,
de mirar los cepos para topos, de los prados del Otro Río.
Porque en Eterna hay dos ríos, el Recuércedes
y el Otro, un arroyo que muda el nombre dependiendo del
monte, el vallejo o el pueblo por donde discurran sus aguas: Lanuza,
Lizarga, Pichona, San Julian, Río de San Pedro, Roblillos.
En el hilo de la inevitable conversación se fueron engarzando
el número de capturas -"Levantan la tierra y se joden
los prados"- y la grabación de una cinta. Una cassete
con jotas, canciones de ronda y el romance de "Los mandamientos".
Con
frecuencia, cuando tengo la suerte de charlar con los hombres de
la tierra, aprovecho, en cada pueblo, para ubicar e individualizar
alguns nombres de lugar, los más sugestivos, aquellos en
los que se intuye un significado profundo o una historia olvidada.
"¿A que no sabes dónde llaman Tres Putas?"
"Ahí mismo, pero no se llama así, su nombre verdadero
es Tribusto, lo de Tres Putas cosa de registros y de catastros."
El ejemplo sirve para ilustrar
el grado de deformación que el desconocimiento, la desgana
y la desatención de los notarios, escribanos y secretarios
de ayuntamientos, todos forasteros por vocación, han causado
en las denominaciones genuinas, en los vocablos primeros con que
los hombres bautizaron los ríos, montes, bosques, entrepanes,
tiesos y tierras de labor de sus pueblos, de sus universos aldeanos.
Es paradigmática la mala audición del autor del
Libro de la Montería (s.XIV), que pone Corrientes
por Turrientes, Tagaza por Trigaza, Guilleza
por Eguilaz o, el colmo, Padre Luengo por Pradoluengo.
Y el entusiasmo ultracorrector de un conde de Haro (s.XV) que
buscó para su villa de Belorado. Valforeado escribe, una
etimología tan hermosa como falsa. El mismo peligro acecha
detrás de los mapas y de las excelentes cartografías
actuales -desde el punto de vista técnico-. en una de las
más prestigiosas vemos, por tierras de Villafranca, que
los pagos del monte conocidos por Rozquemada y Val
de Serrazuela adquieren connotaciones gastronómicas,
al ser rebautizados con los nombres de Arroz Quemada y Val de
Zarzuela.
La
Piedra de La Pastora. Pag. 43
La estela se veía,
ya va para tres o cuatro décadas, en el pastizal de Larrea,
coronando una pequeña elevación, muy
cerca del camino que desde Pradilla llevaba a los hombres y sus
ganados a las ferias: el camino de Belorado. Hoy preside, magnifica
y rodeada de una perpetua ofrenda de flores silvestres, la Plaza
Mayor de Fresneda.
Larrea es el nombre
de un prado comunero cuyas hierbas aprovechan desde antiguo los
rebaños de vacas de Fresneda, Pradilla, Eterna y otras aldeas
cercanas. El pastizal llena uns extensa meseta circundada por las
dehesas de haya de esos lugares y está colgado, como un mirador,
frente a la silueta azul de la Demanda. Desde este punto cercano
al cielo pueden verse al atardecer, como una congregación
de luminarias, los pueblecitos del valle de San Vivente. Las tierras
de Fresneda, San Vicente, Santa Olalla, Espinosa y Villagalijo exhiben
la injerencia humana en un paisaje de prados y sembrados, chopos,
laderones incultos y bosques de robles y hayas. Y también
pinares de repoblación. Muchos pinares. Y la linea arbolada
del río Tirón.
Hasta los años
setenta del siglo XX hubo allí, anclada sobre una prominencia
del terreno, una estela fálica: la Piedra de
La Pastora. Ante la gran columna de piedra los pastores
llevaban a cabo un devoción callada, ofrecían a la
piedra sacrificios de flores silvestres y vigilaban que las vacas
no la derribasen, que estuviera siempre enhiesta. Sin duda en La
Demanda, como en otros muchos lugares de la Tierra, los hombres
creían que las piedras verticales tenían propiedades
sagradas -en Arcederillo el menhir de Peña la Diabla
ofició como mojón desde tiempos inmemoriales- y que
cobijaban la capacidad de hacer brotar las hierbas en los prados.
Es posible que la tosca imagen de un pastor prehístorico,
tal vez de un guerrero vestido con el sagum de los celtas hispanos,
grabada sobre la superficie del megalito hay sido vista en otros
tiempos como la de un dios propiciatorio de la vegetación.
Lo
cierto es que cuando, en el último tercio del siglo pasado,
la piedra fue trasladada desde el monte hasta la plaza de
Fresneda seguía mostrando su poderosa fascinación
espiritual sobre los habitantes del pueblo. Temerosos de que la
piedra desapareciera en la soledad del monte -esa suerte corrió
recientemente la Piedra de las Modistas, en Alarcia-, los
vecinos la desplazaron por el paisaje descarnado de la montaña
de Pradilla, rumbo a su destino actual en la plaza. Sobre un trono
portátil y acompañada por el cura, las autoridades
municipales y toda la colectividad, la piedra recibió tratamiento
de símbolo espiritual, como el que se tributa en las procesiones
a los santos patronos de cada lugar. Aquel día, sin saberlo,
los serranos se reconocieron por última vez en sus antepasados
gentiles.
Para explicar el
aroma de sacralidad que desde siempre ha estado ligado al megalito
y al paiseje de Larrea se contaba en los pueblos limítrofes
el tradicional relato de La Pastora. Se expresaba en él
una preocupación, adherida, como una segunda piel, a las
sociedades ganaderas, se dramatizaba el miedo ancestral al lobo.
Según recuerdan
los más viejos de Eterna, o de Anguta, o de Avellanosa, Fresneda
o Pradilla en su niñez oyeron narrar la penosa historia de
una zagala del pueblo que pastoreaba en Larrea con las ovejas de
su padrastro.
La desgracia ocurrió
la víspera de Navidad, y lo cuentan así:
«Aquella
tarde caía una cellisca muy fría. La mocita llevó
a cerrar el hato familiar temprano porque, más tarde, tenía
que ayudar a su madre a preparar la berza, los caracoles, la compota
y las castañas de la cena. Una vez más había
llegado la Noche Buena y después de la cena las jóvenes
estaban dispuestas a cantar villancicos y a jugar con los chicos
de las casas cercanas, en el Barrio Encimero. Pero al entrar al
corral su padrastro hecho en falta el corderito blanco y, muy enfadado,
le mandó subir al monte en su busca.
Otra vez la empinada cuesta, se echaba
la noche y ¡cada vez nevaba más! Además la niña
había oído decir a los pastores que, desde hacía
unos días, los perros no paraban de barruntar el rastro de
los lobos. Se contaba que en la lobera de San Pedro encontraron
una cría el día de San Nicolás y la pasearon,
atada en la jalma de una cabalgadura, por las calles del pueblo.
Al día siguiente, muy de mañana,
un grupo de hombres encontró en Larrea el cuerpo destrozado
de la niña, cerca del camino de Pradilla, por donde estaban
dispersos también los restos ensangrentados del cordero blanco.
Dicen que, como recuerdo, los pastores labraron la piedra y dibujaron
su silueta, hilando, en una de las caras».
Pero el cuento de la pastora, creo
yo, no es una historia real. Sólo es una metáfora,
un relato arquetípico de la cultura popular en el que se
nos ofrece una experiencia antropológica, entrecruzada
de miedos ancestrales: el padre autoritario, el lobo, el monte,
el frío, la noche y la soledad. Por eso lo encontramos
repetido, explicando -también en Fresneda- un nombre cuyo
primitivo sentido ha sido olvidado: el alto de La Muñeca.
Empujados por la comprensible necesidad de dotar de un significado
a un ya inentendible símbolo lingüístico 20
-`muñeca'- los vecinos de Fresneda volvieron a recurrir
al lobo y a la jovencita como protagonistas de la conocida historia
de una pastora, cuya muñeca apareció en el alto,
entre los restos destrozados de sus vestidos.
arriba
Rufino Gómez Villar analiza la toponimia
y mitología de "La Riojilla" burgalesa
La Rioja, viernes, 17-02-2006
El catedrático Rufino Gómez
Villar presentó ayer en el "Foro Santos Ochoa-Fundación
CAN" de Logroño su libro La Comarca de
Belorado: Toponimia y antropología.
Buen conocedor de su tierra, Gómez
Villar recorre esta zona de la denominada como "Riojilla"
burgalesa para desentrañar los significados de sus topónimos,
con especial dedicación a la abundante presencia de términos
vascos y su origen, en muchas ocasiones, de profunda raíz
mitológica.
El libro se organiza a partir de
medio centenar de términos que sirven de título
a otros tantos capítulos.
arriba
El alma
de la toponimia.
Una publicación de Rufino Gómez sobre
la comarca de Belorado.
Texto: Antonio Recarte Goldaracena*. Piedra de rayo,
nº20, abril 2006
No es facil escribir
un libro sobre toponimia y que ademas se lea como si fuera una
divertida guía de viaje. La mayor parte de ellos son un
eterno listado de palabras que, para los no especialistas, apenas
informan nada de la geografia y la historia del lugar, ni de los
condicionantes ecologistas, sociales y económicos de las
gentes que lo habitan.
Este no es el caso del libro La
Comarca de Belorado: toponimia y antropología,
escrito por Rufino Gómez, natural de Belorado
y catedratico de Física y Química del I.B. La Laboral
de Lardero-Logroño, editado recientemente por la editorial
Pamiela, donde ya aparecía en el año 2000 otro trabajo
del mismo autor: Belorado y su comarca. Economía,
sociedad y vida cotidiana (1700-1813).
El autor ha reunido un catalogo
de unos ocho mil términos, pero de ellos ha seleccionado
medio centenar que dan titulo a los cincuenta capítulos
en los que se estructura el libro que, insistimos, es una ilustrada
guía para descubrir la vecina comarca de Belorado, también
llamada la Riojilla Burgalesa.
Presentamos a continuación el texto escrito para la conferencia
de presentación del libro por Antonio Recarte y reproducimos,
gracias a la gentileza del autor y de la editorial Pamiela, uno
de los capitulos, el titulado "La Piedra de la Pastora",
que es la mejor forma de comprobar el tono general de este admirable
trabajo.
El
autor.
Rufino Gómez Villar es un autor
sorprendido por pasiva y por activa. Por pasiva, porque cuando
sus amigos y compañeros pensábamos que sólo
se dedicaba a las tareas docentes desde su cátedra de física,
ha sido pillado in fraganti cometiendo el vicio solitario de dedicarse
a descubrir ruinas, vallejos, árboles milenarios, canciones
en vías de extinción o incluso palabras moribundas,
Rufino Gómez Villar ha sido
sorprendido escribiendo un artículo y otro, o dando a luz
un libro y otro. El último ha sido: La comarca de Belorado:
toponimia y antropología. He aquí, primoroso, de
suaves colores y de fino tacto, el libro publicado por la editorial
Pamiela,
Rufino Gómez Villar, autor
sorprendido también por activa, es un estudioso que, a
partir del reconocimiento de las propias limitaciones (como Sócrates,
con perdón), es capaz de construir algo interesante: cuando
el autor pasea por los montes de la Demanda, cuando camina tres
horas en busca de las fuentes primigenias de un arroyo, dos docenas
de piedras pueden ser las ruinas de un castillo medieval, un tronco
con ramas puede ser un ejemplar centenario en vías de extinción,
la canción que oye a un pastor puede ser parte de un romancero
antiguo, y el nombre de una fuente, una fuente de tradiciones
históricas. Sorprendido por lo que ve, acaba descubriendo,
tras posteriores filtros de investigación, retazos de antropología
que se nos escapan al común de los mortales cuando paseamos
por los montes con la sana y vulgar intención de respirar
aire puro o de recoger unas setas.
Desde
Redecilla hasta lbeas de Juarros, desde Cerezo hasta Pradoluengo,
desde Garganchón hasta Otero, el autor pasea sorprendido,
busca piedras, anota nombres, hojea archivos, recorre riachuelos,
escucha canciones, desempolva topónimos, añora tradiciones,
compara términos, rastrea antiguas propiedades, ratea por
los catastros, descubre vasquismos, analiza étimos latinos...
y sobre todo disfruta; se sorprende de todo y disfruta.
Y cuando un autor disfruta primero
investigando, hace disfrutar, después, a los lectores,
El libro
En cierta ocasión, el autor
tuvo la gentileza de regalarme unos excelentes fascículos
sobre diversas comarcas de la provincia de Burgos (Los Páramos,
las Loras, el valle de Tobalina, la Bureba...), a medio camino
entre la guía turística y el texto expositivo y
divulgativo. Y añadió, al entregármelo, un
juicio lacónico: están muy bien, pero quizás
les falta «alma».
Quería yo decir que a su
libro no le falta «alma». Profundo amante de Belorado
y su comarca, Rufino Gómez no es un frío fotógrafo
de paisajes o de tradiciones, no es un mero recopilador de topónimos
que amontone un informe acervo de léxico, que no sería
poco. No. El autor le pone a su texto expositivo el temblor, el
toque humano, la anécdota cálida y emotiva. Alguien
que nos habla así:
«Envueltas en la melopea triste
del Viernes Santo (...) las jornaleras arrastraban el cansancio
hasta las primeras casas del pueblo (...)», no es un mero
compilador de documentos. Yo, personalmente, es el rasgo que más
aprecio del libro: ese cierto temblor antropológico del
que están impregnadas sus páginas.
Todos podemos apreciar, sin duda,
otros valores de contenido. Citaré algunos: las finas disquisiciones
filológicas, el copioso fenómeno de las etimologías
populares o falseadas, la comprobada aparición de términos
euskéricos (un valor sin duda definitivo para la editorial
Pamiela), los apuntes sobre gramáticas comparadas (incluyendo
una buena relación de adstratos lingüísticos),
las minuciosas descripciones topográficas, la recuperación
de olvidadas tradiciones históricas, la consistente validez
de la documentación aportada,... En fin, sumamente interesante
resulta también la sutura fina y sin pespuntes entre la
naturaleza y la cultura, entre el árbol y las ruinas, entre
lo agreste y lo cultivado, entre al archivo y el pastor... Genios,
diosecillos y personajes míticos tienen también
su cabida y su explicación, especialmente a través
de la toponimia.
No son pocas, ni de tono menor,
todas estas aportaciones para la antropología de la comarca.
Con todo, yo sigo resaltando el
«alma», esa cierta calidez al redactar la exposición,
ese suave hálito emocionado cuando nos dice cosas como
ésta: «(,,.) un tono pesimista embarga a los habitantes
de la ribera del río Urbión», 0 aquel otro
capítulo donde nos transmite el histórico temor
de los habitantes de Belorado a que las aguas que nacen en Pozo
Negro arrastren un día al pueblo entero.
Rufino Gómez Villar, intitulado
«Vizconde de Esquijarana» sin que conste ninguna prueba
documental en contrario, nos presenta hoy un magnífico
libro expositivo y expresivo de etnografía, de filología,
de toponimia, de antropología. Y ello referido a una zona
en plena vía del camino, entre Burgos y Santo Domingo,
entre La Bureba, la Riojilla burgalesa y la Demanda. Y todo ello,
adobado con una profunda dosis de documentación, con un
prolongado ejercicio de la observación, y con una correctísima
y emotiva capacidad de redacción.
Entre profesores, el autor se ha
merecido un sobresaliente.
*ANTONIO RECARTE
GOLDARACENA. CATEDRÁTICO DE LENGUA Y LITERATURA,
Y CRÍTICO LITERARIO
Presentación del libro en el Foro
Santos Ochoa de Logroño. En el centro, el autor; a su derecha,
el profesor Antonio Recarte. Foto: Tomás Alonso
Inscripción en la puerta de la Iglesia de Santa Mª
del valle de San Vicente. Foto: Carlos Muntión.
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