Contenido:
- Folleto del Ateneo Riojano para su recuerdo. 2003
- El Guarda de Suso. Por Carandel. 1972
- "Menezdez Pidal y Yo". Por
Alberto Crespo. 1974
FOLLETO DEL ATENEO RIOJANO
Nace
el 15 de agosto de 1914 en San Millán de la Cogolla. 
Trabajó como labrador y tabernero hasta que en agosto de
1962 la Diputación de Logroño le encarga la custodia
del Monasterio de Suso.
Durante 17 años enseñó Suso a todas las personas
que se acercaron.
En 1972 escribe una guía, y años después otros
libros de poesías.
Jubilado en 1979, cede el puesto de guardián
a su hijo Teodoro.
El 9 de junio de 1985 recibió la Medalla de La Rioja.
Muere el 25 de noviembre de 2002.
Guarda
de Suso
Podemos
decir que la historia de los treinta últimos años
de Suso es inexplicable sin Tarsicio Lejárraga. Cuando él
se hizo cargo del monasterio de Suso "aquello" no era
sino una ruina abandonada, apenas conocida por un grupo muy reducido
de personas, si exceptuamos a las de estos entornos. Una ruina que
amenazaba con venirse abajo ante el olvido y la incuria de quienes
debían velar por conservar la joya que allí se encierra.
Así hubiera sucedido si no hubiera mediado el amor singular
y el saber hacer de este personaje único que ha sido Tarsicio.
Hombre
de la tierra, atado a ella para arrancarle el sustento suyo y de
la familia, sin otros estudios que los primarios, se convirtió,
andando el tiempo, en verdadero experto en historia de su querido
Suso. Curioso por naturaleza, amante de los suyos y dotado de un
ingenio natural fuera de lo común se convirtió en
un preguntador incansable. En los padres recoletos del monasterio
de Yuso, en los estudiosos que de cuando en cuando se acercaban
hasta estos lugares o en los libros que fueron cayendo en sus manos
encontró los mejores maestros para ser un buen conocedor
de la historia, la arquitectura y la vida monástica de Suso
y un aventajado discípulo en el decir de Gonzalo de Berceo.
Condecoraciones
Medalla
de Caballero de la Orden de Cisneros.
Medalla al Mérito de
las Bellas Artes.
Medalla del Mérito turístico.
"Gundilla de oro" de la
Fiesta de la Vendimia.
Medalla de Oro de la Comunidad de
La Rioja.
Textos:
Folleto realizado por el Ateneo Riojano, para la conferencia del
P.Juan Angel Nieto. Prior del Monasterio de Yuso, celebrada el 16
de octubre de 2003, dentro del Ciclo de riojanos menos conocidos.
Otros datos: Colaboró
apoyando la decisión para que las placas que hablan de las
distintas Glosas, en castellano y en euskera, a la entrada del Monasterio
de Yuso, fueran del mismo tamaño.
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El GUARDA
DE SUSO
LUIS CARANDEL.
SILLA DE PISTA. Revista TRIUNFO, nº
531, 2-12-1972
"Yo soy
Gonzalo de Berceo", le dijo el guarda de Suso, Tarsicio Lezárraga,
a una señora de San Millán de la Cogolla que le preguntó
quién fue Gonzalo de Berceo, cuyo nombre tanto oía
repetir a los visitantes del pueblo. El mismo Tarsicio me contaba,
citándose a sí mismo, esta respuesta que dio a la
señora, y, al contarlo, repetía: «Yo soy Gonzalo
de Berceo». Se ponía muy serio al decir esta frase,
y en la conversación que mantuve con él el otro día
llegué a la conclusión de que Tarsicio Lezárraga
había terminado por creerse que él era realmente Gonzalo
de Berreo. ¿Se lo habría dicho algún ilustre
académico, alguno de los «cientos de académicos»,
en expresión del propio Tarsicio, que visitan aquas venerables
piedras? («Usted, Tarsicio, es Gonzalo de Berceo redivivo».)
Sería
la una de la tarde cuando llegué a San Millán de la
Cogolla, viniendo de la no lejana ciudad de Santo Domingo de la
Calzada. Estaba cerrado el monasterio de Yuso. Se encontraban a
aquella hora en el refectorio los padres agustinos recoletos que
lo rigen, y no pudiendo visitar el monasterio de Yuso, o de Abajo,
me fui para el de Arriba, o de Suso. El valle de San MfIIán
es un delicioso rincón de la Rioja, un paraje, como habría
dicho el viejo poeta castellano, con «gran abondo de buenas
arboledas, lugar cobdiciadero para omne cansado». Los monasterios
están situados a la salida del pueblo. El de Yuso, que es
el mayor y el menos antiguo de los dos, y el único que actualmente
está habitado, se encuentra en la hondonada del valle. Aunque
conserva algunos restos románicos, su fábrica es de
los siglos XVI y XVII. A algo más de un kilómetro,
subiendo la empinada cuesta de la ladera de la montaña, está
el monasterio de Suso, que algunos historiadores consideran la abadía
más antigua de España. Aunque tiene muestras de estilos
posteriores, el monasterio es fundamentalmente visigótico-mozárabe.
Los restos arquitectónicos más antiguos que contiene
son del siglo VI, de la época en que un humilde cura del
pueblecito de Berceo, que había sido pastor en su niñez
y que cuatrocientos años después de su muerte fue
proclamado Patrón de Castilla , por el conde Fernán
González, San Millán, se retiró a hacer vida
de anacoreta en la cueva, que puede verse en el interior del monasterio.
Tarsicio Lezárraga, el guarda de Suso, me mostraba el otro
día la cueva, el altar donde el virtuoso eremita celebraba
la Misa y el agujero practicado en el muro por el cual, según
decía Tarsicio, sacaba San Millán el báculo
para indicar que seguía vivo. Y me contaba cómo atraídos
por su penitencia acudieron al monasterio otros abnegados varones,
tales como Sofronio, Geroncio, Citronato, e incluso algunas mujeres,
pues el monasterio fue dúplice, como la virtuosa Potamia,
una aristócrata que llegó a este lugar huyendo de
la herejía arriana. Junto al monasterio, excavada en la ladera
de la montaña, hay una necrópolis descubierta no hace
mucho por don Alberto del Castillo, catedrático de la Universidad
de Barcelona, donde se han encontrado sepulcros antropomorfos pertenecientes
a monjes y monjas, los más antiguos de los cuales datan de
la época visigótica.
Con todo, y a pesar de la belleza
del lugar y el interés histórico de la visita -las
preciosas naves de arcos visigóticos y los maravillosos adornos
realizados en el estuco por los alarifes mozárabes-, lo más
notable que el viajero encuentra en el monasterio de Suso es, sin
duda, su guarda, el ya dicho Tarsicio Lezárraga. Es un fornido
riojano, colorado de cara, vestido al modo aldeano, aunque va uniformado
en la época del año en que más frecuentemente
visita Suso el turismo. El otro día, cuando estuve allí,
su condición de funcionario se hacía patente sólo
por el escudo de la Diputación de Logroño que adorna
su boina. Tarsicio es un funcionario muy especial. Es un funcionario
montaraz que pasa los trescientos sesenta y cinco días del
año en solítario allá arriba, entre las piedras
del monasterio. Vivir, vivo aquí; pero duermo en el pueblo
de San Millón de la Cogolla, donde tengo mujer e hijos. Soy
un anacoreta del siglo XX». Su condición rústica
la expresa él mismo con su estilo redicho de labrador algo
versado en latines. En un folleto que él mismo
ha escrito para instrucción de los visitantes de Suso dice
que «mis conocimientos no pueden ser completos porque mi anterior
condición de labrador no me ha podido acercar a ningún
aula o clase de Liceo o Universidad», y «mi condición
de simple guarda me impide elaborar unas expresiones esmeradas».
Siente por los profesores, académicos y estudiosos del monasterio
una admiración sin límites. Una admiración
sólo comparable al desprecio que siente por aquellos visitantes
-veraneantes los llama- que no saben apreciar las artísticas
piedras que él custodia, y que al entrar en el recinto visigótico
exclaman: «¡Huy, huy, que esto se vá a caer!».
Por ejemplo, al dar la explicación de las preciosas cúpulas
sostenidas por nervaduras de estilo califal, hace frases como ésta:
«El guarda de Suso, como lorito picotero, les dirá
a ustedes lo que ha oído a cientos de académicos y,
en particular; a fray Justo Pérez de Urbel. Dice este gran
monje ....» Y repite de memoria una frase del historiador.
Al hablar de la necrópolis afirma que acompañan a
su descubridor, el ilustre catedrático don Alberto del Castillo,
dos señoritas de la Universidad de Barcelona, Angelines y
Pitusa, llenas de delicadeza y trato para estos huesos santos aquí
enterrados». Los elogios se extienden igualmente a los obreros
de San Millán de la Cogolla, al frente de los cuales está
don Jesús Chicote, alcalde del pueblo, hombres que hacen
el trabajo con un tacto pulseado para no dañar los huesos
de los que fueron nuestros antepasados, grandes y sabios santos».
Cuando recorríamos
el otro día el convento de Suso, llegamos ante un altar barroco
que está en uno de los extremos de la nave. Tarsicio, sin
mirar al altar, hizo un gesto de desdén y dijo: «Esto
es barroco». Le pregunté lo que tenía contra
el barroco y le dije que si en Madrid, o en Sevilla, o en Salamanca
le oían emplear ese tono desdeñoso para con el barroco,
no les iba a gustar mucho. Sin quedarse «cortado», como
suele decirse, exclamó: «Hombre, no es por despreciar,
pero estamos hablando del siglo VI y del siglo X, y usted me viene
ahora con el siglo XVIII». Y aclaró luego: «Verdaderamente,
el guarda de Suso tiene una fatalidad. Y es que cuatrocientos años
no le parecen nada». Nunca he visto a nadie tan identificado
con su lugar de trabajo como lo está Tarsicio con las piedras
de Suso. Las describe con minucioso amor: Dice: «He puesto
todo el empeño posible en atender a los visitantes, e incluso
no he dudado en aprender unas cuantas palabras en francés
para que mis explicaciones sirvan a más gentes. Pienso que
el interés, el entusiasmo y la afición por conocer
todo lo que a Suso corresponde han alejado de mí la desgana
y el aburrimiento». Pero la verdadera obsesión de Tarsicio
es sin duda Gonzalo de Berceo, el primer poeta
castellano, que nació en el pueblo de este nombre, situado
a unos tres kilómetros del monasterio.
Continuamente
aparece Berceo en las explicaciones que Tarsicio
hace de las piedras de Suso. «Yo también soy poeta
-dice Lezárraga-. Tengo escritas más de doscientas
poesías». Recitó una composición suya
en la que hablaba del abandono de una aldea en las montañas
de San Millán, y que decía algo así como «¿Dónde
están?, preguntan los muertos./Ya no se oyen rezar padrenuestros,/ni
las esquilas de los mansos corderos./Preguntad a los jóvenes
que aquí posan muertos». Los pueblos de la zona del
valle de San Millán son de los más pobres y abandonados
de la Rioja. San Millán de la Cogolla, Berceo, Canillas del
Río Tuerto, Cañas, el pueblo donde nació Santo
Domingo de Silos; Baldarán, Cárdenas, Santa María,
de Valvanera se han ido despoblando en estos años. La tierra
es mala y está mal repartida. Pasé por varios de estos
pueblos y no vi apenas ninguna construcción nueva. Son pueblos
pobres, de color de barro, que no parecen haber cambiado mucho desde
que se escribieron aquí los primeros versos en lengua castellana.
Tarsicio recita y glosa los versos de Gonzalo de Berceo para los
visitantes: «Para nosotros los riojanos -dice-, los más
hermosos que hizo fueron aquellos en que hablaba del "vaso
de bon vino"». Aquí el guarda de Suso sale al
paso de ciertas acusaciones que a veces se hacen a los habitantes
de la región de ser demasiado aficionados al vino. «Al
interpretar estos versos -dice Tarsicio- deben ustedes tener mucho
cuidado. Berceo no era un juglar de esos que ponían la bolsa
o la mano para que le dieran cuatro perras». La identificación
de Tarsicio con Berceo llega aquí al máximo. Tampoco
él es un charlatán con escudo de funcionario que trabaja
por las cuatro perras. «Berceo no era un borrachín,
no, no, no, no. Berceo bebía el bon vino porque nosotros,
sus paisanos, hacemos como él. Cuando vamos al campo a trabajar,
lo primero que hacemos es la señal de la cruz. Sacamos la
bota de la alforja y echamos un buen trago de vino. Y a trabajar
se ha dicho. Y Berceo, igual. Se santiagua, bebe el vaso de vino
y a escribir se ha dicho -y añade-: Eso es lo que dice el
guarda de Suso. La crítica del guarda de Suso es que si Berceo
alaba el bon vino es para el trabajo. Ahora, ¿que a Berceo
le gustaba el vino, que a Berceo le gustaban las chuletillas asadas?
¿A quién no nos gustan?».
Y así fue mi visita al
monasterio y al guarda de Suso.
gorantz-arriba
"MENENDEZ
PIDAL Y YO"
Por
Alberto Crespo. Informaciones. 14-06-1974
ESE «yo»,
desde luego, no es el mío. El viajero que quiera econtrarlo
ha de ir a las estribaciones de la sierra de la Demanda, a los montes
Distercios, a lo largo de un camino que Ileva de Nájera a
San Millán de la Cogolla. Estamos en la Rioja Alta. El camino
atraviesa el valle de San Millán, en medio de un paisaje
suave y tranquilo. Pasa estrechándose por Berceo, cuna de
aquel santo con espada en la mano, protector del conde Fernán
González, en sus luchas con los moros, y del poeta Gonzalo,
y termina por abajo en la abadía de Yuso y por arriba en
el pequeño monasterio visigótico-mozárabe de
Suso. Los dos componen lo que conocemos por monasterio de San Millán
de la Cogolla. El primero está habitado y guardado por frailes
que lo llaman El Escorial riojano. El segundo, el de arriba, una
pura relíquia arquitectónica, no tiene otro habitante
y guardián que un hombre de cincuenta años, natural
del valle, que dejó el arado no hace mucho tiempo para dedicar
su vida al cuidado de las piedras de Suso. Este hombre, de faz abierta
y ánimo sereno, un poco o un mucho poeta, gran explicador
de la historia y la belleza de Suso, es el "yo" que andábamos
buscando. No ha necesitado años de estudio para empedrar
sus explicaciones de frases como estas:"Menéndez Pidal
y yo creemos", "Don Ramón y yo estamos de acuerdo",
"A Menéndez Pidal y a mí nos parece".
Tarsicio
Lejárraga, que así se llama el guarda de
Suso, da noticia escueta de su llegada: "Hasta el mes de agosto
de 1964, fecha en que recibí el cargo de ser guarda de Suso,
prácticamente este monasterio carecía de una tutela
y vigilancia necesaria. A partir de mi nombramiento se le fue concediendo
a Suso la importancia que se merecía. Al poco tiempo se comenzó
a delinear la carretera de acceso, que era del todo imprescindible
para la afluencia de turistas y visitantes. Limpié el monasterio."
Lo que el guarda Ilama
simplemente limpiar fue, al parecer, algo más que pasar la
escoba. Limpió la yesería mozárabe de los arcos
de! viejo cenobio para rescatar su traza visigótica original,
ordenó las piedras caídas, puso a la vista el famoso
"portaleyo" mozárabe, en el que escribió
Gonzalo de Berceo ("Gonzalvo le dixeron al versificador, que
en su portaleyo hizo esta labor...") y finalmente sacó
a la superficie los sepulcros de los infantes de Lara.
Pero esto no fue todo,
como relata el guarda Tarsicio Lejárraga en su librito de
un par de docenas de páginas, que vale su peso en oro. "Este
fue el comienzo de una época de rejuvenecimiento para el
monasterio, que poco a poco se iba desmoronando en el olvido. La
frecuencia de visitas y el empeño por conocer a fondo la
historía de Suso me obligaron a informarme sobre todo lo
que se refería al monasterio, sobre todo su arte y la historia
de Castilla, Navarra y País Vasco. A este fin he dedicado
la mayor parte de mis ratos libres..." Así conoce a
don Ramón Menéndez Pidal, al marqués de Lozoya,
a Gómez Moreno, a Pérez de Urbel, a don Francisco
Iñigo "y cientos de académicos que por aquí
pasan". "En todo caso -aclara-, mis conocimientos no pueden
ser ni medio completos, porque mi anterior condición de labrador
no me ha podido acercar a ninguna aula o clase de liceo o Universidad."
De todos los personajes
que desfilan por las prolijas explicaciones que Tarsicio Lejárraga
da a los visitantes de Suso, de ninguno habla con tanto amor como
de Gonzalo de Berceo. Parece como si San Millán, que fundó
el monasterio en el siglo VI, y los anacoretas que se le unieron
en el primitivo cenobio, incluso la aristócrata Potamia,
huida del arrianismo, y las que luego fueron Santa Oria y su madre
Armuña, y los Reyes que protegieron el monasterio, y los
innumerables avatares históricos del lugar; parece como si
todo esto -repito- no hubiera sido otra cosa que una preparación
para la llegada a Suso, como niño del coro, en los últimos
años del siglo XII, de Gonzalo de Berceo. Ante los visitantes,
el guarda Lejárraga recita de corrido estrofas del poeta
y les advierte que su delicada belleza se debe a la naturalidad
y armonía del paisaje.
Si alguna vez el guarda de Suso
increpa como gremio a los académicos, por los que generalmente
siente un respeto tremendo, es cuando anda en medio el viejo poeta
local.
"Son
muchos eruditos los que hablan de Berceo; nosotros, sus paisanos,
nos parece que aún hablamos con él y nos entendemos
con él, son las mismas aguas, las praderas de romería
que aún perduran y gracias a Dios se multiplican, serán
alegóricas como ustedes digan, señores académicos,
pero nosotros las vivimos como él las vivió, merendando
en las manzaneras, haciendo coronas de cantueso y de flor de Berazo,
oyendo sermones y versos de nuestros ancianos..." "Vemos
a Berceo de mediador de pleitos, de testigo en camaradería
con sus paisanos y bebiendo vino en vaso y en bota, porque también
nosotros hacemos como hizo él. Antes de trabajar nos santiguamos,
sacamos de la alforja la bota y bebemos buen trago , y a trabajar
se ha dicho; Berceo es igual, antes de comenzar a escribir se santigua,
bebe el trago de vino y a escribir se ha dicho; esta naturalidad
la vemos los del valle como entonces."
Hay momentos en los que la espontánea
y finísima ingenuidad de la prosa del guarda de Suso se acerca
a la de su viejo paisano: "Este es nuestro Berceo, hombre enamorado
del valle, como lo estamos muchos, y nos cantaba las coplas en román
paladino y con música que también era inteligente
y conocía las notas como las de los pajarillos." Además,
sin puntos ni comas, como ahora está de moda.
Vale la pena hacer el viaje
a Suso para conocer a su guarda. O mejor, a su Guarda, pues aunque
él lo escribe siempre con minúscula, quizá
la mayúscula le vaya mejor a un oficio ejercido con tanto
amor, ilusión y competencia. Y tanto sentido poético:
"Suso arriba, donde Millán está viendo a sus
paisanos en el vallecito quieto."
O estos otros versos, en los que Lejárraga cuenta las riquezas
naturales del valle donde nació: "Mirlos negros y arrandrajos,
finas truchas y pardillas, Micharros y algunas liebres, gatos monteses
y ardillas. La mayueta y la anabla, la mora terreña y el
berro; el hayuco y la avellana, maguillas y vizcobeños. El
cantueso y el tomillo, la aliaga y el brezo son aromas sanos y puros
que Gonzalo ya cantó."
No parece que Tarsicio Lejárraga
sea tan devoto del dinero y los bienes terrenales como de la historia
de Suso, de la quietud de su valle o del candor de la poesía
de Gonzalo de Berceo. Hacia la mitad de su librito, entre una parrafada
sobre el Rey de Pamplona, García Sánchez, y otra sobre
el conde Fernán González, pues los dos estuvieron
vinculados a Suso, escribe: "Hace nueve que estoy en el monasterio;
el primer año me dieron 25 pesetas, y estos años,
100 pesetas."
Como Lejárraga no aclara
si al mes o al año, habrá que ponerse en lo peor.
Pero bien es verdad que el parco jornal no le ha quitado hasta ahora
la alegría de vivir ni la ilusión por su trabajo.
Al fin, un español contento con su sueldo y su oficio.
gorantz-arriba